Hace unos días me mandaron un segmento del programa que el joven Eliécer Ávila hace diariamente. En uno de ellos, meses atrás, mencionó con cariño haber recibido mi libro Se acabó...
Eliécer se hizo conocido en enero de 2008 por encabronar a Ricardo Alarcón, entonces presidente del falso parlamento de la isla cautiva. El chico le preguntó al leal funcionario por qué los cubanos no podían viajar, y este, no acostumbrado a recibir preguntas espontáneas, contestó que "si todos los cubanos pudieran viajar, el cielo se llenaría de aviones".
Sin comentarios. Uno quedó en ridículo, el otro inició su tortuoso camino a la fama y a la libertad.
Creo que Eliécer es la esperanza de esa generación de jóvenes cubanos, el chico tiene una lógica invencible. En el segmento que me mandaron, del programa del 18 de junio, se pregunta por qué los mexicanos protestan en las calles de Los Ángeles por las deportaciones y no en las de la Ciudad de México por los cientos de miles de asesinatos que ocurren en ese país desde hace décadas.
Asesinatos que crecieron exponencialmente durante los seis años de presidencia de AMLO, quien llamó a su política de alianza con los cárteles del narco "abrazos, no balazos". El viejito tabasqueño nunca en esos seis años recibió ni a una sola madre de los desaparecidos.
Sin embargo, visitó cinco veces la remota zona de Badiraguato, tierra natal y base operativa del Cártel de Sinaloa, y hogar de Joaquín "el Chapo" Guzmán y de Rafael Caro Quintero. No recibió a ni una sola madre buscadora de desaparecidos, pero sí se bajó de su lujosa camioneta para saludar a la madre del citado Chapo. Un encuentro "casual", agradecido por el "señor Guzmán Loera", como lo llamó AMLO.
A sus opositores y periodistas de investigación los llamaba "fifís", hipócritas, "ternuritas", conservadores, malvados, vendidos, mercenarios y toda una serie de epítetos despectivos. Me recordaba al Orate, pero con acento mexicano y menos gesticulación.
Durante los seis años que México tuvo que soportar la destrucción provocada por este individuo —de la que hemos hablado varias veces aquí— fueron asesinadas doscientas mil personas, según las maquilladas cifras oficiales. Otros cientos de miles desaparecieron.
Murieron tres veces más mexicanos en seis años que los soldados norteamericanos muertos durante los veinte años de la Guerra de Vietnam. Casi los mismos muertos que en la Guerra de Siria iniciada en 2011. Las Naciones Unidas calculan que catorce mil personas han muerto en la Guerra de Ucrania. En México, no olvidemos, fueron asesinadas doscientas mil personas en seis años.
Miles de estos asesinados fueron migrantes a los que AMLO abrió las fronteras de México y, una vez allí, en su camino hacia Estados Unidos, los dejó a merced del tráfico humano ejecutado por los ahora diversificados cárteles de la droga. Como salmones camino al desove, así eran capturados los infelices migrantes en las carreteras de México.
Luego de una fraudulenta narcoelección, AMLO dejó en su puesto, y protegiendo su demoledor legado, a su pupila Claudia Sheinbaum. Si el viejo era pragmático y rencoroso, Claudia es más intransigente e ideológica. Hace unos días acabó de rematar la incipiente democracia mexicana, gestada desde el año 2000.
Hace unos días, Claudia azuzó las violentas protestas callejeras en Los Ángeles, mientras en una semana de este junio fueron asesinadas más personas en México que en el conflicto armado entre Israel e Irán. En el mismo período de tiempo, en esa guerra, murieron 254 personas.
Protestan por las redadas de ICE, pero callan por el genocidio que desde hace años sufre México en su propio país.
En esa semana fueron asesinados 294 mexicanos en un país que no está en guerra con ningún otro, sino consigo mismo. Claudia es ahora la responsable de esa masacre.
Una guerra civil al sur de nuestra frontera sur. La alumna de AMLO heredó su maldad e hipocresía, mas no su astucia.
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