Al momento de escribirles esto, la ciudad de Los Ángeles, que ha sido muy importante en mi vida, lleva cuatro días inmersa en violentos disturbios. No es la primera vez —recuerden 1992— ni será la última. El tema racial siempre ha estado presente, aunque en este caso es un tema de estatus migratorio y de aplicación de la ley, convertido en racial para justificar los desmanes.
La justificación en este caso son las redadas que desde hace unos meses está desplegando ICE —la agencia que ejecuta las leyes de migración— por todo el país. Redadas que, aunque legales, se han desarrollado de manera inhumana y, a veces, cruel.
Después de cuatro años de tener una frontera totalmente abierta a recibir a millones de personas, el electorado norteamericano eligió nuevamente a Donald Trump.
Mucha gente huyó justificadamente de sus países de origen y otros tantos llegaron impulsados por sus desgobiernos. En el caso cubano, una de las rutas fue Cuba-Nicaragua-México, bajo la mirada condescendiente de Díaz-Canel, Ortega y AMLO.
La mitad del electorado, la que votó por Trump, prefiere una frontera segura y una migración organizada. De esa mitad, solo un pequeño grupo es estridente; la mayor parte forma parte de aquello que Nixon llamó la "mayoría silenciosa".
En la otra mitad, los contrarios a Trump, hay muchos a los que no les importa el tema, pero muchos más a los que sí les interesa el desorden, la disolución de los valores nacionales del país, el cambio del panorama electoral o simplemente joder a Trump. Sectores con intereses disímiles, pero que comparten objetivos comunes.
Ah, y son muy estridentes e importantes, pues incluyen a las principales cadenas de televisión, periódicos, políticos, gobernadores, alcaldes, artistas, universidades, etcétera. La prensa en el extranjero es aún peor; ahora que estoy fuera del país apago la radio cada vez que empiezan a reportar sobre este tema.
Lo que me llama la atención es el nivel de violencia de los amotinados y la connotación política con la que justifican la destrucción. Conozco a muchos mexicanos en el sur de California, legales e ilegales, y no concibo a ninguno de ellos en medio de uno de estos disturbios.
Y más curiosidad me da el que la revuelta empezó tras la detención en el Fashion District de unos empresarios —no de unos lavaplatos o jardineros (un cliché, lo sé)— acusados de lavar dinero para los carteles de drogas de México y Colombia. Lo dice Tom Homan, a quien detesto tanto como respeto su trabajo.
Estoy seguro de que ni esos lavaplatos ni aquellos jardineros iniciaron el conflicto, mucho menos que lo sigan ejecutando. No tengo información detallada sobre quiénes lo hacen —no es mi trabajo— puede que ni el Gobierno lo sepa, aún.
Lo que sí les aseguro es que, si unos lo iniciaron, otros lo están aprovechando para su propia agenda.
Todo en una ciudad cuya alcaldesa, Karen Bass, fue miembro de la Brigada Venceremos y estuvo un tiempo en La Habana en 1973. Cuando el Orador Orate estiró la pata en 2016, la Karen lamentó muchas veces la pérdida de ese gran líder mundial.
En toda esta destrucción, lo que menos importa es el bienestar de los migrantes que vienen a trabajar decentemente, a integrarse al cada vez más esquivo sueño americano. Al contrario, los demerita.
Integrantes del sector radical del gobierno federal mexicano se han mantenido azuzando las hostilidades. "Y que nunca se olvide. California es más mexicana que gringa. California nos la robaron los gringos", dijo un Jorge Gómez. Un minieditorial de La Jornada, diario portavoz del gobierno y apologista de la Junta de Barrigones, subrayó: "SERÉ BREVE. California será el Estado 33 de México".
¿Qué pensarían los mexicanos si vieran a un gringo quemando un autobús en medio del Paseo de la Reforma, bandera del águila incluida, mientras grita que se caga en la madre de Claudia?
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