Lo sucedido en Cuba a partir del 1 de enero de 1959 rebasa toda comprensión por el inusitado destino al que derivó la nación. A principios de 2025 habían transcurrido sesenta y seis años desde que Fidel Castro tomó para sí los rumbos del país, bajo la promesa de acabar con el pasado y llevarlo hacia un luminoso futuro de desarrollo y justicia social. Lo primero lo cumplió cabalmente, y en vez de lo segundo, el sistema impuesto sobre los cubanos desde entonces degeneró hacia la situación que viven en la actualidad la desdichada mayoría de sus habitantes.
Todas las promesas quedaron en la interminable retórica gubernamental. Alrededor de un tercio de los cubanos ha tenido que irse a residir a otras tierras, desde Estados Unidos, Europa Occidental o América Latina hasta Haití o incluso como mercenarios al servicio de Rusia en la guerra de Ucrania. Cuba es hoy un Estado fallido que no provee a sus ciudadanos de los niveles mínimos de dignidad, sustento material y perspectivas espirituales, al mismo tiempo que sí los somete a una eficiente y omnímoda represión ante cualquier conato de disidencia.
Resulta difícil en nuestros días comprender lo que ha significado este proceso para la nación cubana, que si bien puede que no sea irreversible, como lo han demostrado otros países, su eliminación difícilmente restaurará, material y culturalmente, el legado de las tantas generaciones que desde finales del siglo XVIII edificaron un país llamado Cuba.
Ojalá estas páginas sirvan para que las nuevas generaciones que pueblan, y poblarán, esa bella isla, recuerden y conozcan de donde vienen y el por qué de su historia. Y para las de otras naciones que tomen en cuenta la fragilidad de la libertad, económica y política, cuando las sociedades se rigen por emociones y no por instituciones.
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