sábado, 31 de mayo de 2025

Los culpan hasta de respirar

 


El 29 de mayo pasado salió el Barrigón número 1 culpando a sus vasallos de consumir demasiada electricidad. La Junta que él representa confiscó, hace sesenta y seis años, las empresas privadas que suministraban ese vital servicio a los cubanos libres de entonces. De cuando no había apagones.

Según ellos, se las quitaron a los imperialistas y a los avaros burgueses. La "rapiña", las "venas abiertas", ustedes saben.

El Orador Orate prometía que la magnánima "revolución" estaría al servicio del "pueblo" y que su isla se convertiría en una "potencia energética" y todas esas monsergas que durante horas nos disparó el hiperactivo dictador. Todo ese proceso se lo he narrado en Se acabó... y también en El camino de los impíos...

Pues ahora los pedigüeños han llevado a la isla cautiva a una depauperación tal que ya saben que no van a tener una solución ni a corto ni a mediano plazo. Yo les digo que ni a largo tampoco: sesenta y seis años de fracasos son prueba suficiente.

Con su carisma característico, el Panzón 1 dijo, además, que ya Venezuela no es un socio confiable. ¿Cómo lo va a ser, si el circo de Barrigones lleva casi treinta años succionándolos como vampiros? Maduro será bruto y tonto, pero es menos lo segundo que lo primero.

Acabaron con Venezuela después de secar a los soviéticos durante la misma cantidad de años. Ahora sueñan con que se les dé el plan con México. Me temo que no van por mal camino, una vez más.

El caso es que no tienen dinero, ni petróleo, ni gas..., ni vergüenza.

Y en vez de buscar alternativas racionales, este tripudo de mirada lánguida no encuentra otra solución que culpar a los cubanos por consumir electricidad.

Pronto también los va a culpar de querer comer, de pretender bañarse a diario o de apetecer beber agua limpia. Llegará el día en que los acuse hasta de querer respirar.

El aire todavía es gratis, pero no se descuiden, que estos para joder no tienen competencia.

 


viernes, 30 de mayo de 2025

El momento de la verdad

 

No, no crean que les voy a hablar del momento de la verdad que inevitablemente nos llegará a todos los cubanos cuando llegue la hora de reconstruir la destruida isla. Ya veremos qué sucede este verano: apagones, hambre y calor.

Les quiero comentar de un libro que leí cuando tenía alrededor de diez años. Lo escribió Jan Carlzon y se llama El momento de la verdad. Desde 1982, Carlzon rescató a la aerolínea escandinava SAS. Su filosofía comercial se basaba en que el valor de la empresa no estaba en el de sus aviones, sino en el de los pasajeros que volaban en ellos.

El momento de la verdad es cuando el cliente, el pasajero, interactúa con un empleado de la aerolínea. No importa que el avión sea nuevo y cómodo, que el vuelo esté en tiempo y que el precio sea atractivo. Esa interacción entre empleado y cliente es la que define el éxito o el fracaso de una empresa.

 


Hace unos días, sin yo pedirlo, me tocó vivir uno de esos momentos de la verdad. Quiero decirles que, en este viaje a Perú, tuve más momentos de la verdad malos que buenos. Pero son gajes del oficio: cuando tienes que trabajar para poner la chuleta en la mesa, hay que pasar por momentos así.

Pues vine a Perú. No los aburriré con el porqué, y tuve que tomar un vuelo doméstico desde Lima. Hay varias aerolíneas que dan servicio dentro del país, algunas verdaderamente serias, pero a mí me tocó una denominada JetSmart.

Nunca había escuchado de esa compañía, pero una rápida búsqueda en internet me dejó saber que operan aviones bastante nuevos y comparten código con la línea que uso regularmente. Todo bien hasta aquí.

Ya en Lima: después del chequeo de equipajes, sala de espera, aeropuerto sucio y tal. Nada, es lo que encuentra el viajante en algunos países. Grupo 1, pase usted. Bajé a un autobús a nivel de pista, entré de primero. Me gusta ver los aviones de cerca.

Imaginé que arriba seguirían grupo 2, 3, los que fueran... todos en el mismo autobús. Llegamos al avión, desembarqué del atestado autobús y se desató una escena idéntica a la estampida de animales en la película Jumanji. En este caso, yo quedé como el rinoceronte rezagado. Pero al fin abordé. Strike 1.

En el despegue, la aeronave, aunque de reciente fabricación, daba la impresión de que intentaba deshacerse de algunas de sus partes. No obstante, levantó vuelo con éxito y llegamos a nuestro montañoso destino aún con vida. Aquella cortesía de ofrecerte aunque sea agua durante el trayecto no la conocen en JetSmart.

Viaje de regreso. Llegué a tiempo al también sucio aeropuerto. No había podido hacer el check-in online porque la página web de la línea tenía un problema. Fila larga, se escuchaban recurrentes reclamos en el mostrador por los pasajeros que me antecedían.

Llegó mi turno, media hora después. Expliqué que no pude obtener mi pase de abordar antes por el tema de la página.

—Señor, tendría usted que haber ido a una de nuestras oficinas antes. Ahora debe pagar diez dólares por su pase.

—Pero es que estoy en otro país y he estado ocupado, el tema de la página inservible es problema de la empresa que la emplea a usted.

—Pues, si quiere, no viaje con nosotros.

Strike 2. Momento de la verdad.

 

 

 

Diez dólares después estaba pasando la caótica revisión de seguridad. Listo. Más fácil de lo que imaginé. Sala de espera. Todas las demás líneas tenían asignadas puertas, menos JetSmart. Búsqueda intensa por las escasas puertas del pequeño aeropuerto.

En la pista no se veía ningún avión de la mentada línea. ¡Eureka! Puerta 10. Todos en fila. Afuera no se veía avión. Quizás íbamos a abordar uno de esos aviones invisibles que salen en la tele. Al fin llegó el aparato: solo una hora de retraso. Qué más daba. Estar de pie sin hacer nada viene bien de vez en cuando.

Al menos era grupo 1. Para eso había pagado: para no tener que caerme a codazos con mi compañero de asiento por un espacio en el compartimiento superior. Inocente el que les escribe. Allí, supervisando todo, estaba la misma chica del check-in. Se llamaba Alejandra.

No pude dar ni un paso antes de que ordenara que me separaran de la fila para ver si mi maleta de mano entraba en un artilugio mal armado que indicaba si las medidas eran las correctas.

—Señorita, es la misma maleta con la que vine en el vuelo hasta aquí, en su misma aerolínea.

—No importa, introdúzcala.

La maleta, a la que considero ya como familia por tantos años de tribulaciones en conjunto, había engordado algo con dos o tres regalitos que llevaba para mi nieto. Pero de una buena patada entró en la cajita.

Sucedió que a la chica no le agradó el puntapié y, después del respectivo escándalo y amenazas, llamó a la policía.

¡Qué miedo! Nada. Llegaron los policías:

—Disculpe usted, señor. Siempre nos llaman. Esta empresa es así, y con esta chica es peor. Lo consideramos. Por nuestra parte, no sucede nada. Buen viaje.

 


De ser el primero, fui el último en entrar al deteriorado avión. Lo más satisfactorio fue que, una vez llegado a mi asiento, me percaté de que mis compañeros pasajeros habían dejado un espacio reservado para mi vieja maleta.

Da gusto encontrarse con la decencia.

Adiós, JetSmart. Adiós, Perú. Adiós, Alejandra.

jueves, 29 de mayo de 2025

Gracias, hay palabras que fortalecen el alma


 
Sebastián Arcos Cazabón, alguien a quien admiro, junto a su padre, desde mis tiempos en la isla cautiva, me ha escrito unas palabras que mucho reconfortan. Mucho más viniendo de un patriota.

Omar. Me gusta lo que leído hasta ahora. Tienes un raro talento de amenizar un tema técnico.

No he terminado, pero casi. De todas formas he decidido presentar tu libro en Books & Books y voy a coordinar con ellos sobre la fecha. Te mantengo al tanto.


Muchas muchas gracias.

Los domesticados

El castrismo, o como se llame ahora el manicomio que dirige la Junta de Barrigones, ha durado mucho tiempo, siempre lo digo. Cuando el Orate Orador y su pandilla asaltaron un cuartel del ejército en julio de 1953, lo hicieron como forma de manifestación violenta de unos ciudadanos libres, que lo eran.

Los cubanos tenían las más diversas tendencias políticas, mayoritariamente tendían hacia lo que se conocía como izquierda. Incluso Batista era socialista, como explico en Se acabó..., aunque eso no lo recuerde nadie. Para mal o para bien —generalmente para lo primero— tomaban acciones para defender, y muchas veces imponer, sus intereses.

No se dejaban, pues.

Todavía en los primeros años después de la era castrista —1959 a 1965, más o menos—, una parte del país se opuso a la imposición del totalitarismo socialista, de una dictadura. Otra parte se fue a Miami a esperar que otro resolviera el problema. Me considero entre estos últimos, pero en versión tardía.

Y lo que vemos hoy es que los habitantes de la isla dejaron de portar aquel individualismo activo para pasar a ser una masa domesticada. Ya saben que la palabrita “masa” a los Barrigones les encanta.

Ejemplos en la isla sobran: no tienen electricidad, agua, jabón, comida; no tienen transporte, ni medicinas, ni educación de calidad. Si alguno protesta, las fuerzas represivas le rompen a palos la cabeza y lo echan a un calabozo de castigo. 

Ah, pero si el régimen los convoca a marchar en su nombre, a echar una conga “revolucionaria”, ahí los ves: casi sin zapatos, sin dientes, sin bañar, pero marchando y guarachando bajo la complacida mirada de los Panzones.

De este lado del estrecho de la Florida, los encuentras frecuentemente. Que extrañan su casita en el barrio que dejaron aunque el techo se esté cayendo y no tenga persianas. Que si en este país hay que trabajar mucho, que se pagan muchos “biles”, que si “el arroyo de la sierra me complace más que el mar...”.

Están domesticados. Sesenta y seis años no pasan en balde. Como les dije el otro día, el Orate antes y los Barrigones ahora torcieron para siempre el tronco de esa nación que se llama Cuba, pero que ya no es Cuba.

No la mía, al menos. A mí nunca me domesticaron.



Los huevos de mi padre

Hoy que escucho sobre la escasez y los exorbitantes precios de los huevos en la isla cautiva, me acordé de mi padre. No es que necesite de...