sábado, 24 de mayo de 2025

Una cuestion de pelotas



Durante una conversación por correo electrónico con mi admirada Tania Quintero —ella vive en Suiza y yo en un avión—, surgió un tema que, en principio, no me llamó la atención, pero que, al ver a un jovencito que me precedía en una larga y calurosa fila de inmigración en Lima, se me presentó delante de manera palpable. El chico en sí no tenía nada de extraordinario, pero la gorra que llevaba me hizo regresar a lo que me escribió Tania esta mañana. Portaba una gorra del Real Madrid, y por eso los aburriré hoy con esto.

Me contaba ella cómo su hijo, ya un muchachón de sesenta años, estaba ayer en La Habana, junto a su primo, viendo una final entre el Barcelona y el Sevilla, en no sé cuál de las ligas de fútbol europeas. Uno le iba a los catalanes, el otro a los andaluces, no recuerdo ahora cuál a cuál. No le pidan peras al olmo.

Si mi cálculo no es erróneo, creo que desde hace al menos dos décadas, el amasijo de ineptos que controla a la isla de Cuba ha estado "priorizando" —fíjense que hasta utilizo su léxico— al fútbol, o soccer, sobre el centenario y tradicional béisbol. Cuando yo pude escapar del manicomio, la pelota —como le llamábamos en aquellos tiempos— era el deporte nacional. Conste que no digo que era el pasatiempo nacional; eso es otra historia.

Desde el inicio de la dominación totalitaria, a principios de los años 1960, la gloriosa Revolución dejó de transmitir los juegos de la Major League of Baseball (MLB), la pelota profesional americana, que para ellos era explotación de jugadores profesionales yanquis y esclavos extranjeros. Lo pudo hacer porque había confiscado o clausurado toda la prensa televisiva, radial o escrita. Lo cuento en Se acabó...

Pero el tema hoy no es si pudo hacerlo, sino por qué lo hizo.

Cuba siempre fue —es, aunque no sé si será— una cantera de talentosos, y algunos excepcionales, jugadores de béisbol. Como las Ligas Mayores —como le decimos a la MLB— constituyen el pináculo de ese deporte en el mundo, muchos atletas cubanos se sienten atraídos por integrar alguno de sus muchos equipos. Les atraen también los muchos millones de dólares que ganan por hacer lo que les gusta. A mí también, que conste.

Para el "deporte revolucionario", uno de los tres pilares de la propaganda del supuesto éxito, y para el exacerbado ego del Orador Orate, siempre resultaba una infamia que alguno de sus deportistas se dejara seducir por esas nimiedades, por unas monedas. Peor aún, que después esos Judas compitieran portando la camiseta de un equipo de béisbol profesional en el mismo país que sometía a su finca a un rabioso "bloqueo".

¿La solución? Cero transmisiones de esos juegos, cero mencionarlos, olvidarlos. No existieron ni existen. Que su recuerdo desaparezca pronto de la mente de los cubanos, quienes tienen la mente ocupada en cosas más sublimes, como ver qué llegó a la bodega o a qué hora cortarán la corriente.

Pero el gran estratega no se confió solo en la brevedad de la memoria. Llenémosles sus cabecitas con otra cosa. Algo similar. Algo con lo que también se fanaticen. De preferencia un deporte en el que no haya ni un solo jugador nacido en la isla. Sí, de preferencia un deporte en el que estemos seguros de que ni un solo cubano vaya a escapar en busca del oro inmundo y de las mieles de la gloria, pues las del poder eran solo para él. Si no me creen, pregúntenle a Pérez Roque o a Carlos Lage.

Y funcionó. Dos décadas después, muchos de mis paisanos de la isla, del exilio y de la emigración saben más del Barça o el Bayern que de los Cubs o los Angels. Ya ni siquiera voltean mayoritariamente a ver a los equipos nacionales: los pobres, depauperados como el resto del fallido país. Hasta en eso torcieron las tradiciones.

 


Como siempre les digo, a estos imaginación no les falta. De ser por ellos, les hubieran encasquetado a sus domesticados la liga de hockey canadiense, y estos se la hubieran bebido congelada. Pero la logística les iba en contra. No es lo mismo dar patadas a un gastado balón, sin zapatos —como se ve en la foto—, en una calle de Centro Habana, que un juego que lleva equipo de protección y, peor aún, hielo, en la tierra del apagón perpetuo.

 


Entonces, que sea el fútbol. Del béisbol profesional imperialista, nada. Eso no existe, compañeros. A la patria no le gusta que le bateen las pelotas; la patria adora patearlas.

1 comentario:

  1. Gracias Omar,
    Como no podemos sentarnos a conversar en el Malecón, cogiendo un poco de fresco en una Habana muy calurosa porque no ha llovido en mayo o en un banco del Parque Central, cerca de la estatua del Apóstol, te mandamos dos abrazos, uno desde Cuba y otro desde Suiza. Iván García y Tania Quintero

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