Cuba siempre ha sido un lugar increíblemente rico en historias, y también en hijos de puta, que conste. Lo fue antes y también después de la estupidez que cometieron los cubanos al dejar que un sujeto que nunca había trabajado se convirtiera en dueño de sus destinos.
Durante los primeros veinte años de su mandato (obviando que fusiló, encarceló e hizo escapar a media Cuba), las cosas, en el sentido material, se mantuvieron relativamente funcionando. Nada parecido a la Cuba de antes, pero tampoco nada cercano al colapso actual.
En aquella normalidad todavía quedaban cosas del mundo extinguido. De la “neocolonia”, la “pseudorrepública” (que en eso de poner nombres a esta gente no hay quien les gane). Ahora el Inepto Barrigón le dice "resistencia creativa" al proceso de matar de hambre o a palos a sus vasallos. Ya me desvié, perdón, volvamos al tema que nos atañe.
Entre aquellas cosas que aún quedaban, la que nos ocupa todavía rodaba. Era un Mercedes Benz SL de 1956. Un carro exclusivo antes y mucho más coleccionable ahora. No cualquiera podía poseer una máquina como esa, tan bella como incómoda. El ejemplar en cuestión pertenecía a un doctor, no a cualquier doctor, sino al mejor neurocirujano de Cuba, de América, y puede que del mundo.
Carlos Manuel Ramírez Corría era un tipo sencillo y discreto, pero lo que es vivir bien, sí que lo hacía. No era ostentoso con los lujos, pero manejaba de cuando en cuando el bello Mercedes. "Alas de gaviota", le decían. No entiendo por qué a algún ingeniero alemán le dio por poner las bisagras en el techo. Imposible entrar o salir con elegancia de aquel artefacto.
Una noche, a principios de los años 1970, el prestigioso doctor fue llamado a presentarse en 11 y 12. Una calle del Vedado de la que el Orate se había apropiado para sí mismo y para su flaca y fiel amante/administradora. A la nalgona (y no sé si fiel) esposa la tenía en algo conocido como Punto Cero. Pero allí no era solo una calle: se había quedado con todo el barrio. Al fin y al cabo, era el dueño del país.
A la flaca y a la nalgona nunca las juntó. Agua y aceite, o viceversa. Ya no está entre nosotros para preguntarle, aunque viendo el estado en que dejó a la isla, a diario recordamos a doña Lina. Para los que no sean cubanos, la señora Lina Ruz era su progenitora. Según dicen, era buena persona, aunque parió a un gran par de hijos de puta.
Las causas de la llamada no se las puedo contar porque no las sé. Lo que sí sé es cuáles fueron sus consecuencias. Después de la consulta, o lo que fuera, el bonachón doctor regresó a su exclusivo Mercedes. Lo que le faltaba en estatura le sobraba en humanidad. Imaginémoslo entrando al bello coupé. ¿Ya? Continuemos.
Introdujo la llave, la giró... nada. Nuevamente... nada. Aquel portento de la ingeniería alemana quedó mudo. No sé si sería anticomunista, pero aquella noche de allí no salió. Los intentos de revivirlo por parte de los guardaespaldas y demás servidumbre no dieron resultados, y llamaron a la señora flaca (que dicen los que la conocieron que también era una buena persona). Enamorada de un gran hijo de puta.
—No se preocupe, doctor, deje el carro aquí y mañana vemos cómo lo arreglamos. Llévese uno de los nuestros.
Pronto apareció otro auto. Recuerden que esa gente decomisó miles de carros, eso lo cuento en detalle en Se acabó...
El doctor dejó un Mercedes (hoy, les he dicho, muy coleccionable) y regresó a su hermosa casa en un Studebaker. Si usted no conoce de autos, le diré que estos eran tan bellos como la difunta duquesa de Alba (que en paz descanse), y tan confiables como Richard Nixon. Eran tan malos que los cubanos los llamaban "Studesgracia".
Para no alargar el tema: el Mercedes nunca regresó al doctor, que no volvió a saber de él. El Studebaker se quedó en la familia, pasó de mano en mano entre primos, hasta el día en que, cansados de lidiar con tantas desgracias, lo vendieron a un desconocido.
"Lo vendieron" es un decir, puesto que al hacer los trámites reglamentarios apareció que la oxidada chatarra estaba todavía a nombre del Ministerio del Interior de la República de Cuba. Lo decomisaron.
Hasta después de muertos siguen siendo hijos de puta.
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