El castrismo, o como se llame ahora el manicomio que dirige la Junta de Barrigones, ha durado mucho tiempo, siempre lo digo. Cuando el Orate Orador y su pandilla asaltaron un cuartel del ejército en julio de 1953, lo hicieron como forma de manifestación violenta de unos ciudadanos libres, que lo eran.
Los cubanos tenían las más diversas tendencias políticas, mayoritariamente tendían hacia lo que se conocía como izquierda. Incluso Batista era socialista, como explico en Se acabó..., aunque eso no lo recuerde nadie. Para mal o para bien —generalmente para lo primero— tomaban acciones para defender, y muchas veces imponer, sus intereses.
No se dejaban, pues.
Todavía en los primeros años después de la era castrista —1959 a 1965, más o menos—, una parte del país se opuso a la imposición del totalitarismo socialista, de una dictadura. Otra parte se fue a Miami a esperar que otro resolviera el problema. Me considero entre estos últimos, pero en versión tardía.
Y lo que vemos hoy es que los habitantes de la isla dejaron de portar aquel individualismo activo para pasar a ser una masa domesticada. Ya saben que la palabrita “masa” a los Barrigones les encanta.
Ejemplos en la isla sobran: no tienen electricidad, agua, jabón, comida; no tienen transporte, ni medicinas, ni educación de calidad. Si alguno protesta, las fuerzas represivas le rompen a palos la cabeza y lo echan a un calabozo de castigo.
Ah, pero si el régimen los convoca a marchar en su nombre, a echar una conga “revolucionaria”, ahí los ves: casi sin zapatos, sin dientes, sin bañar, pero marchando y guarachando bajo la complacida mirada de los Panzones.
De este lado del estrecho de la Florida, los encuentras frecuentemente. Que extrañan su casita en el barrio que dejaron —aunque el techo se esté cayendo y no tenga persianas— . Que si en este país hay que trabajar mucho, que se pagan muchos “biles”, que si “el arroyo de la sierra me complace más que el mar...”.
Están domesticados. Sesenta y seis años no pasan en balde. Como les dije el otro día, el Orate antes y los Barrigones ahora torcieron para siempre el tronco de esa nación que se llama Cuba, pero que ya no es Cuba.
No la mía, al menos. A mí nunca me domesticaron.
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