Hay coincidencias que son increíbles. Ayer venía yo en un cómodo autobús que, sin mucho bamboleo, recorría una moderna autopista mexicana -la dictadura que terminará de instalarse este primero de junio todavía no repercute visiblemente en el desarrollo del país- y observaba los diferentes tipos de paisajes durante el recorrido.
Para salir de la Ciudad de México, atraviesas una cordillera boscosa, luego las marismas húmedas de Toluca, seguidas de varios fértiles valles hasta bien entrado Michoacán. Ya para llegar al atribulado lago de Cuitzeo se extiende un territorio bastante seco, en donde abundan los huizaches, una versión elegante del marabú cubano.
Y mi cerebrito aburrido volvió sobre el tema de la invasión de marabú que cubre hoy buena parte del territorio de la isla de Cuba. Una invasión que es directamente proporcional a la ineficiencia socialista que convirtió un país de abundante producción agroindustrial en un páramo estéril conquistado por el marabú
Yo conozco el marabú desde niño. Mi abuelo y mis tíos libraban una batalla diaria contra su persistencia de cubrir el camino que conducía a su hermosa vega tabaquera. Dondequiera que mi abuelo veía un pequeño retoño de la espinosa planta, lo arrancaba de inmediato. Mi padre también comparte el mismo desprecio.
Pero yo no. Si bien la expansión del marabú es resultado directo de la debacle socialista, y en eso encuentro su único aspecto negativo, esta incomible leguminosa debería estar representada en el logotipo -o escudo- de cualquier organización ecologista.
El marabú, al día de hoy, constituye la única protección natural que tienen los suelos de Cuba, que, sin la intervención de esta poco agraciada planta, estarían totalmente degradados. Es una verdadera bendición que sus troncos y ramas sean un manto de amparo para el rico suelo isleño.
De no ser por esas capas de ramas llenas de afiladas púas, todo ese material orgánico estaría en el fondo de los ríos y, eventualmente, en el mar. Y, mejor aún, mientras los Barrigones de la Junta siguen enredados en seguir enredándose, cada arbolito de marabú está fertilizando el suelo cubano.
Y este efecto no es solo en el suelo productivo abandonado por la desidia y la ineficiencia de los Barrigones. La plaga de marabú ha estado todo este tiempo recuperando los suelos degradados por las locuras del Orador Orate. Algunas de ellas se las he contado en Se acabó…
Como cuando en octubre de 1967 creó una Brigada Che Guevara para, haciendo honor a la trayectoria del argentino, desbrozar media isla sin tener en cuenta absolutamente nada desde el punto de vista económico y menos aún ecológico. Y no lo digo yo, lo dijo él:
"Piensen que cada caballería que se desbroce hará más fuerte a la Revolución y hará más fuerte al país. Piensen que cada caballería que se desbroce y que se cultive hará más fuerte a la Revolución frente al imperialismo, frente a cualquier agresión, frente a cualquier bloqueo; ¡nos hará más fuertes para resistir a todo!
¡Adelante, compañeros, sin que nada ni nadie los pueda detener, sin que haya tarea dura, sin que haya obstáculo difícil! ¡Lleguen hasta Isla de Pinos y Pinar del Río y regresen victoriosos a la heroica provincia oriental, de donde partieron aquellos en 1895 y en 1958, cuya historia épica ustedes van a emular desde este momento!”.
Para suerte del país, pronto se descompusieron los bulldozers, se acabó la gasolina o se gastaron las esteras. El Orate destruyó mucho, pero no todo lo que pretendía. Desde entonces, el feo marabú, con paciencia y persistencia, ha estado recuperando esos suelos.
Llegará el día en que la plaga de Barrigones y Orates se extinga, y la gente de campo, en una Cuba libre, cuando quite el velo de marabú que cubre sus tierras, encontrará a sus pies uno de los suelos más fértiles y vírgenes del planeta. Gracias al marabú.
Ah, las coincidencias. Hoy, en su diario Taniapress, mi admirada Tania incluyó un viejo artículo de Cuban Studies sobre el marabú.
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