jueves, 30 de octubre de 2025

La salación del cubano

 

Foto: Facebook

Los cubanos estamos salaos, no salados, “salaos”. Así se dice —o se decía, ya no sé— cuando todo te salía mal, incluso cuando estabas haciendo las cosas bien, pero te salían mal. Estabas salao. Te cayó arriba una salación.

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Siempre les he dicho que los que pudimos escapar del manicomio tenemos la salación de que, como el Estado de Israel, tenemos que navegar a contracorriente frente a la opinión pública. Desde los tiempos del Orador Orate, su dictadura totalitaria nos ganó la batalla mediática y del lenguaje.

Ellos no podrán cosechar una papa, criar una vaca o producir leche, pero en la opinión pública mundial todavía cuentan con un gran público que los apoya, o al menos los justifica.

La verdad, últimamente los estamos haciendo retroceder. Gracias a que no nos dejamos, y también a ellos mismos. Son tan ineptos que ellos solos están terminando de hundir lo que queda de país y, con él, su inmunda dictadura.

Hace unos días, desde una tribuna desde donde se han vertido miles de discursos a favor de esa tiranía, Mike Waltz, el embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, puso en su sitio a la delegación de los Barrigones en esa organización. Mientras Melissa se aprestaba a arrasar el oriente de la isla, los Panzones mandaron a su espurio canciller a atender ese foro. Así de importante es para ellos el tema de la opinión pública.

Waltz, firme y certero, les dijo sus verdades. A ellos y a sus acólitos. Directo. Tan directo que el Bruno, no acostumbrado a que le digan sus verdades, saltó a protestar. A hacer el ridículo. Es que ellos son ridículos, aunque no lo saben.

Pero volvamos a la salación de los cubanos, ahora a la de los de la isla.

Desde hace sesenta y seis años empezó la salación, pero desde por lo menos 1991 el nivel de sal empezó a aumentar. El Orate supo mantener su tinglado tercermundista a base de esquilmar primero a los soviéticos y luego a los venezolanos. Los exprimió tanto que a unos los desapareció y a los otros los tienen con una armada norteamericana frente a las costas de su narcopaís empobrecido.

Ya con la Junta Militar de Barrigones, que heredó los rastrojos que dejó el difunto, el ritmo de la salación se aceleró. La descomposición económica y social que ha sufrido la sufrida isla llegó a niveles de crisis humanitaria.

No se le ha denominado así porque, como les dije antes, todavía ellos tienen cierto éxito en la manipulación de la opinión pública. Pero, en la realidad, Cuba, incluso antes de Melissa, está en una situación de crisis humanitaria.

Hay una escasez generalizada de alimentos, de agua potable, de medicinas; hospitales colapsados; basureros fétidos en cada esquina; apagones; virus curables que se convierten en mortales; violencia; falta de empleos productivos; tierras que no se siembran y, si lo hacen, no se cosechan. Ningún sector público funciona: salud, educación, transporte, seguridad.

Nada funciona: es un Estado fallido en crisis humanitaria.

Hoy el oriente de Cuba amaneció destrozado por Melissa. El huracán llegó para destrozar lo ya destrozado por la ineptitud y desidia de los Barrigones. El resto de la isla seguirá en la misma situación de crisis humanitaria.

Desde hoy los veremos con sus panzas verde olivo, gimiendo lástima por donde quiera. Diciéndose víctimas cuando son victimarios.

Mientras, los orientales muriendo por las inundaciones y los derrumbes, y los del resto de la isla muriendo por chikunguña y también por derrumbes. Ni unos ni otros podrán ir a un hospital que funcione. A un hospital limpio, con médicos y medicinas. Ninguno.

Bueno, los Panzones sí, tienen el suyo. Pero ese es solo para ellos y sus cómplices.

Ojalá que, como hizo Waltz desde ese podio de la ONU diciéndoles las verdades a esa delegación de esbirros tripudos, Melissa sirva para que los cautivos se percaten de su realidad, vean su verdad y decidan actuar para quitarse esa salación de arriba.


Foto: CiberCuba
 

Hay un dicho que dice que no hay mal que dure cien años. Ojalá creemos otro que diga que no hay salación que dure sesenta y siete años.

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