Mientras escribo esto, el oriente de la isla de Cuba está siendo azotado por el huracán más poderoso y destructivo del que se haya tenido registro. Es un meteoro que, además, avanza muy lentamente, por lo que su capacidad de devastación se duplica o triplica.
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Lo llamaron Melissa, nombre que uno no asocia nunca a algo tan maligno como este huracán destructor. Ayer atravesó la pobre isla de Jamaica. Pobre en el sentido de desdichada, por estar en la ruta de Melissa.
Pobre, de pobreza material, lo es su isla vecina. Pobre es Cuba, que era próspera cuando Jamaica era pobre. Hoy Jamaica tiene un ingreso anual per cápita de 5 312 dólares, mientras que en lo que queda de Cuba el poder adquisitivo del salario promedio es de menos de 200 dólares al año.
Melissa dejó una gran destrucción en Jamaica, la devastó. Ayer por la mañana los noticiarios locales se espantaban de que 240 000 usuarios estaban sin electricidad, casi el 35 % del total en el país. Los hospitales, sin embargo, todavía tenían servicio.
En Cuba, sin necesidad de Melissa, es una excelente noticia cuando el 35 % del país tiene servicio de corriente eléctrica. Ahí mismo, por donde está ahora pasando Melissa, en Santiago de Cuba, está la termoeléctrica Renté, que es noticia no cuando sale del sistema, sino cuando se conecta durante tres días seguidos.
En Jamaica, que amaneció hoy arrasada por la fuerza del viento y del agua, el Gobierno había dado instrucciones a sus ciudadanos para que se prepararan ante la llegada de Melissa. Les indicó que reunieran los siguientes artículos:
— Agua embotellada.
— Alimentos no perecederos y un abridor de latas.
— Linternas y baterías.
— Fósforos o cerillos, y bolsas plásticas.
— Medicamentos y suministros de primeros auxilios.
— Dinero en efectivo.
— Teléfonos celulares, tabletas y computadoras cargados.
En Cuba, la llamada Defensa Civil instruyó a los cautivos que reunieran agua hervida, aunque en muchos lugares el servicio de agua potable se ha visto afectado durante varias semanas. No indicó nada sobre alimentos; les dijo que cargaran las lámparas y teléfonos cuando casi nunca hay electricidad, y tampoco mencionaron nada sobre medicamentos o dinero en efectivo.
La secretaria del Partido Comunista de Cuba en Santiago de Cuba salió a hablar antier, con un ánimo y disposición que daría envidia a un perezoso. No salió a hablar de medidas concretas para proteger a sus gobernados. No. Salió a ordenarles disciplina y a acatar las instrucciones del Gobierno. A ordenarles que, si su casa se fuera a derrumbar, la abandonen y vayan a los refugios.
Imaginemos esos refugios atestados de gente. Si los baños de los hospitales, antes de llegar Melissa, reventaban de excrementos por falta de agua, imaginemos esos refugios ahora con Melissa.
Como les dije hace unos días, los cubanos —los de allá— están solos, abandonados a su suerte. Sesenta y seis años del huracán llamado Revolución cubana solo han dejado escombros, basura y pobreza para recibir a Melissa.
Ojalá que, cuando se aclare el cielo, entre esa devastación, los cubanos terminen de darse cuenta de quiénes son los verdaderos culpables de su pobreza y de su desdicha.
Melissa se disipará sola; la Junta Militar de Barrigones que los mantiene en esa pobreza y desdicha no lo hará.


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