El colapso, ya no inminente sino evidente, de la civilización en Cuba asombra tanto por sus proporciones casi bíblicas como por su aparente “normalidad”, no solo entre los cautivos de la isla, sino también en la prensa internacional.
De este lado del charco, algunas voces —estridentes unas, sensatas otras— sí señalan la magnitud del desastre, la crisis humanitaria que nadie ve.
Nuestros paisanos en la cautiva llevan ya casi seis meses sin servicio eléctrico. No digamos estable, que nunca lo ha sido: literalmente sin servicio eléctrico, en un país donde la electricidad llegó desde 1889 con la planta de Tallapiedra en el puerto de La Habana.
Hoy yacen en ruinas, la planta y toda Cuba.
Les he contado varias veces, y lo explico en Se acabó..., que cuando los cubanos de 1959 decidieron entregar con los ojos cerrados su destino y el de su país a un orate, Cuba era una isla próspera. Con problemas, como todo país, pero próspera.
Perfectible, mas no perfecta, pero funcionaba, se autoabastecía. Su economía alcanzaba para que la mayor parte de sus habitantes subsistiera con su trabajo. ¿Había pobres? Sí, muchos, pero no tantos como para no poder asistirlos y mejorar sus vidas.
Ahora son ocho millones de indigentes, millones.
Aquella Cuba tenía seis millones de habitantes y seis millones de cabezas de ganado que se podían comer. Si eras de clase media, la comías cuando quisieras, como mi tío Juan, que cada día a las siete de la noche se sentaba en su taburete y se comía un bistec palomilla con papas fritas y una cerveza Hatuey.
Juan era un campesino, no de los de las fotos de campesinos sin zapatos y tres niños con parásitos; a Juan le iba bien. Como a muchos otros. La solución para ponerle zapatos a aquel otro campesino y curar de parásitos a sus hijos era alcanzable con un buen programa de gobierno.
Pobreza había, hay, en toda Latinoamérica, pero en ningún país —ya ni en Venezuela— existe el colapso que cubre hoy a los cubanos de la isla cautiva.
Y lo que más entristece y preocupa es que, se los digo, no tiene solución a corto plazo. No la tiene.
La Junta de Barrigones destruyó aún más lo que ya estaba destruido. El Orate estuvo destruyendo el país durante cuarenta y siete años. Usted se preguntará: ¿pero cómo por tanto tiempo? Yo le contesto que así de fuerte era la economía y el país que usurpó.
La industria, la agricultura, los servicios y la mano de obra que recibió —por no decir “se robó”— eran tan buenas y fuertes que aguantaron un huracán comunista por al menos treinta y tres de esos cuarenta y siete años.
Pero cuando se le secó la teta soviética, se derrumbó, junto con el Muro de Berlín, el teatro que había armado para esconder su fracaso.
Aun así, superada la crisis de los noventa —que él llamó “período especial”; el sujeto era insuperable en eso de poner nombres—, cuando enredó a Chávez y se enganchó a la teta venezolana, los cubanos, aunque pobres, mantuvieron un cierto nivel, respetable, de civilización.
Ya muerto el Destructor, habitando en su tierra, dejó a su hermano menor, mayor en vileza y menor en edad y miras. Y tuvo la suerte de que en la Casa Blanca habitara un negrito jodedor y con ganas de apertura.
Le abrió al chino cubano todo. Le dio embajada, le llenó el país de turistas gringos, la isla cautiva se hizo chic en el mundo. El romanticismo de las ruinas y la pobreza. Las celebridades andaban por La Habana asombradas de lo amable del “pueblo” cubano.
¿Y qué hicieron los Barrigones que sustituyeron a la vieja generala? Volver a su cantaleta antimperialista y seguir destruyendo sobre esas ruinas. Ya lo conté en Los tontorrones, para qué repetirlo.
Hoy están colapsados, y aún no se dan cuenta. Si lo saben, pretenden no demostrarlo. Tienen miedo, pero a la vez soberbia.
El país está a oscuras, sin alimentos, sin servicios médicos, la infraestructura en ruinas, un cautivo se muere y pasan horas para que lo lleven en una carreta de caballos al cementerio, acostado en una caja de cartón, sin dignidad.
Son unos parásitos, peores que los de los niños de las fotos que mostraba siempre el Orate para justificar su “revolución”.
Mientras tanto, el mundo concentrado en Trump, Israel y Ucrania, y muchos cubanos concentrados en el “reparto”, los “artistas” y la fatuidad.
Al sur de Miami, un país entero, con nuestros familiares y paisanos, se hunde en la pobreza y el olvido. Solo.
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