viernes, 13 de junio de 2025

Como el perro y el gato

 


Cuando piensas que las noticias que llegan de Cuba, la isla cautiva, ya ni siquiera despertarán tu capacidad de asombro, aparece alguna que te remueve el alma, si aún sientes "el odio invencible a quien la oprime" y amas ridículamente a su tierra. Dieciocho horas de apagón, hambre generalizada, hospitales colapsados, servicios sanitarios nulos y represión generalizada.

Hace unos días les contaba sobre el desdichado gatito Gori, que entregó su vida durante la hambruna del llamado "período especial". De especial, aquel tiempo no tenía nada, pues la cautiva isla lleva con hambruna recurrente ya casi treinta años.

Durante todas esas décadas, el régimen del Orador Orate, su hermana la China y ahora la Junta de Barrigones han inventado todo tipo de mezclas y pócimas con las que alimentar a sus súbditos secuestrados en la isla. Cualquier cosa que evite a los cubanos de a pie acceder a un plato caliente de arroz blanco, frijoles negros, bistec de palomilla y tostones.

Inventaron desde un polvo arenoso hecho de rastrojo de trigo, que vendían en sustitución de la leche de vaca, hasta una masa hedionda de algún tipo desconocido de carne, por no existir ya el tradicional picadillo de res. Al primero lo nombraron "Cerelac"; para el segundo tuvieron menos imaginación, y los cubanos la conocieron solamente como "masa cárnica".

Una variante más orgánica era el picadillo de soya, utilizado hoy ampliamente por la industria de alimentos vegetarianos. No es que los gordos del Gobierno se preocuparan por la salud de sus sometidos, no. Es que dicho molidillo lo hacían a partir de los rastrojos de soya que eran desechados en la India. Barredura, pues, alimento de grado animal para los animales allí encerrados. Para los cubanos.



No los cansaré, pero déjenme mencionarles algunos otros inventos e imaginen su sabor: compota de plátano burro, o de arroz, helado de yuca, pan de boniato, picadillo de cáscara de plátano, pasta de oca, etcétera. Las nuevas delicias de la cocina cubana.

Quien me conoce, sabe que soy un aventurero en temas culinarios. A lo largo de esos mismos treinta años he vivido libre fuera de la isla cautiva. Al principio, "con el bolsillo tan flaco que de perfil no se ve", tuve que alimentarme con lo que fuera.

Luego, cuando el trabajo dignificó el estómago, además de lo considerado "normal" en los países en los que he vivido, me he atrevido a comer babosas, grillos, gusanos, huevos de hormiga, alacranes, arañas y, hace unos días, un cuy.

Todos esos platos, típicos en muchas regiones, tienen nombres más rebuscados y apetecibles, pero en esencia son como los he descrito.

En China me ofrecieron perro, y con mucha amabilidad me negué. Hice lo mismo con unas palomas que se comen con cabeza y todo. Qué asco.

También, como les conté ayer, me encanta el cocido gallego, o el madrileño, aunque tenga pelos.

Perdónenme, como siempre, el largo rodeo. Leo la noticia de que detuvieron en Cuba —allá te detienen por todo— a dos individuos transportando 266 libras de carne de perro y 384 de carne de gato. No solo eso, acto salvaje, sino que los atraparon en un transporte público.

Si de por sí es noticia que allí todavía circule un transporte público, imagine usted el peso y volumen del macabro cargamento. ¿Cuántas mascotas se robó esta gente?

Pretendían vender la carne en la ciudad de Holguín, al otro lado de la bahía donde Raúl Castro, la premencionada China, tiene su morada de descanso, con Parque Nacional incluido.

En su islote, la China sí tiene disponible carne de res, cerdo, pollo y pescado. En la isla cautiva, sus vasallos tienen que masacrar mascotas si quieren ingerir proteínas.

Son las consecuencias del totalitarismo socialista. Si los cubanos tuvieran acceso a lo que come el nonagenario en su cayo privado, no estarían masacrando a esos pobres animalitos.

Una última pregunta: ¿cómo diferenciaron los policías cuál carne era de perro y cuál de gato? ¿Buscarían a un chino?

Pues, nada, esperemos que nunca les tenga que contar sobre canibalismo. Es que, cuando pienso que ya nada me sorprende, ellos se encargan de desmentirme.

 



Yo no como ni perros ni gatos.

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