La corrupción y la política son como el socialismo y el fracaso: siempre van de la mano. En unos países se manifiesta más que en otros, pero en casi todos siempre hay algún político podrido. En Latinoamérica es raro el político que no meta las manos en el presupuesto o no venda sus servicios al mejor postor.
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Les comento esto porque he visto la noticia de que un tribunal argentino ha decidido confiscar a Cristina Fernández de Kirchner propiedades por un valor estimado en cuatrocientos ochenta millones de dólares. Lo leyó bien: cuatrocientos ochenta millones.
O sea, que esta señora y su bizco marido Néstor Kirchner estuvieron al menos dos décadas surtiéndose con la cuchara grande mientras mantenían la economía de su país asfixiada y a los argentinos hundidos en la inflación.
O en México: en 2018 Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia prometiendo acabar con la corrupción y la violencia. Ni lo uno ni lo otro. La violencia está peor que nunca; diariamente hay más muertos en México que en Ucrania o Gaza. Y de la corrupción, ni les cuento, bueno, sí.
Durante su sexenio, la corrupción alcanzó límites nunca vistos. AMLO aprendió muy bien el arte de corromperse durante sus largos años perteneciendo al Partido Revolucionario Institucional. Y alcanzó un nivel magistral durante su presidencia.
Llegó a la presidencia acusando a su antecesor por una “estafa maestra” de siete mil millones de pesos, pero ya instalado en la silla presidencial puso a su amigote Ignacio Ovalle al frente de Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana) y enseguida se robaron quince mil millones de pesos. Descubiertos —porque todavía había democracia en México—, AMLO defendió a Ovalle y colorín colorado.
La izquierda latinoamericana basa su carrera política en la defensa de los derechos de los pobres, en contra del capitalismo rapaz y propugnando la austeridad, entre otras muchas causas muy defendibles. El propio AMLO decía que, para vivir bien, bastaba con tener doscientos pesos en el bolsillo y que no hacía falta tener más que un par de zapatos. Decía que “primero los pobres” y justificó el desfalco al presupuesto nacional como una “austeridad republicana”.
Pero una vez que asumen algún cargo, además de robar como desesperados, les da una intoxicación de consumismo. Pierden el piso, enloquecen. Da igual que sean mujeres u hombres: cambian el estilo, la ropa, los peinados, los accesorios, las comidas, las bebidas, los autos, las casas, vuelos en primera clase o en jets ejecutivos.
Miren a Petro: durante su última visita a España y Portugal anduvo de compras, en tiendas normales y en otras exclusivas como Gucci o Prada. Hasta en un puticlub estuvo, lo cual no veo mal, la verdad. Pero que no lo haga con dinero público.
O el hijo de AMLO, que se encabrona cuando lo llaman Andy. Se fue de viaje a Japón. No voló en clase turista en Aeroméxico, no voló con austeridad republicana. El junior gastó tres millones y medio de pesos para volar en un avión ejecutivo. Fue a Japón a inaugurar una residencia para Annex, el Airbnb de los millonarios.
Foto: Aristegui Noticias
Se hospedó en el lujoso hotel Okura, se fue a la tienda de Prada. Todos son iguales. Llegan a posiciones de poder prometiendo austeridad y honestidad, y empiezan a saquear como piratas. Y como nunca tuvieron nada material, al momento de empezar a disfrutar de lo robado pierden el recato y se entregan a la ostentación.
Como todos los nuevos ricos, se convierten en estereotipos del consumismo más banal y sin clase. Ostentan productos de marcas, de esas que compran los pobres que quieren parecer ricos. Como Maduro, el narco venezolano, que el otro día vi que calzaba unos tenis que se venden en mil dólares. Yo fabrico zapatos, y les puedo decir que el costo de producción de esos tenis no sobrepasa los quince dólares.
Foto: La Derecha Diario
Y así son todos. Miren al Barrigón número 1 de la Junta Militar de Dictadores que desgobierna Cuba. Él y su excelsa esposa visten con lujos, portan relojes carísimos y degustan manjares mientras mantienen a los cubanos con hambre y de rodillas.
Foto: Antena 3
Y, ahora que lo pienso, el mal también afecta incluso a los que dicen defender, o defienden, la libertad y la democracia de Cuba. En los videos que pasan en sus descansos mis colegas del almacén, he visto a varios de los llamados influencers cubanos comportarse como típicos nuevos ricos. Como si manejar un Mercedes Benz clase S o un Range Rover, o ver a través de unos lentes Prada o no sé qué, les diera clase. Lo que les da es ridículo.
La diferencia está en que ellos sí se han ganado su dinero y su éxito. Ese ridículo lo hacen con su propio dinero. Fernández de Kirchner, Petro, Maduro, los hijos de AMLO, los Barrigones de Cuba y todos los de su corrupta estirpe lo hacen con el dinero de sus gobernados o con el del narcotráfico.
Dicen defender y servir al “pueblo”, y lo que hacen es empobrecerlo mientras ellos se hinchan de bienes y dinero.
Le tocó el turno a Cristina. Qué bueno. Faltan muchos más.
Ah, y no sale en el video de mi canal de YouTube, pero anoche el incansable Mario Pentón y Luis Domínguez, de la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba, mostraron un video donde se evidencia la doble moral de la Junta Militar de Barrigones que desgobierna Cuba.
https://www.youtube.com/watch?v=000G-i50wpE
El hijo del marrano Marrero, alegado primer ministro del colapso, viviendo una vida de lujos, hasta en un Falcón, un jet privado, viajando como millonario. Mientras Grettel Amalia, Pilar, David y millones de cubanos cautivos pernoctan sin techo.




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