domingo, 1 de junio de 2025

Simplicio

 


Mi hija tuvo un familiar lejano al que nunca llegó a conocer, aunque toda Cuba lo conocía y lo quería. Se llamaba Carlos Más, un tipo apuesto, a quien, para el momento en que yo lo recuerdo, ya el alcohol y los cigarrillos lo tenían más estrujado que una hoja en otoño.

Era un excelente actor. Su carrera había iniciado antes de que el Orate y su pandilla extirparan el humor e implantaran el hambre entre los cubanos. Carlos Más resistió con el humor, pero su personaje más memorable se basó en el hambre.

Se llamaba Simplicio, y su presencia desgarbada alegraba las noches dentro de la pantalla de aquellos televisores que proyectaban más de cincuenta tonos de gris.

El personaje siempre tenía hambre, justificada por el famélico estado del actor. Si se ponía unos guantes de boxeo para una pelea, no podía levantar los brazos y tomaba fuerza a base de buscar el olor de alguna comida. "Con el olorcito me conformo", decía.

 


De tan prolongado ayuno, según él, "tenía una telaraña en la garganta".

Alguna tarde, saliendo del ICRT, el monopolio estatal de la televisión, ubicado en las instalaciones de la antigua CMQ confiscada por el Orador Orate en 1960, el actor Más cruzó la calle L en busca de su merecido trancazo de ron.

Por entonces, en los años 1980, la isla cautiva todavía funcionaba a costa de lo que le esquilmaban a la fraternal Unión Soviética. Digo esto porque todavía se podía uno tomar un trago en alguno de los también confiscados restaurantes estatales.

Y así llega Carlos Más a La Roca, un hermoso bar muy cercano a su trabajo. Se tomó uno, dos, tres rones, la verdad no sé, pero sí certifico que, para su escaso peso corporal, los efectos fueron notables.

A la hora de pagar, que aunque nos hayan metido el comunismo a la fuerza, el dinero seguía siendo dinero, Más se percata de que dejó su billetera en el estudio. Seguro de sí mismo, y en su estado etílico habitual, inicia un diálogo con el barman:

—Mi helmano, fíjate que dejé la caltera allá arriba. ¿Te puedo pagal mañana?

—Compañero, aquí se paga antes de salir.

—Pero mira, chico, yo soy Cajloj Máj.

—Si usted es Carlos Marx, yo soy Federico Engels, así que pague.

Carlos Más, el borracho, no el comunista, pudo salir del percance, aunque no del alcohol.

Su personaje Simplicio era sinónimo de hambre para los cubanos de esos años. Si de niño no querías comer, tu madre, después de la respectiva nalgada, te gritaba: "¡Niño, te vas a poner como Simplicio!".

Treinta años después, la Junta de los Barrigones sigue empecinada en mantener a todos esos cubanos como hambreados Simplicios. Y si protestan, en vez de a nalgadas, te caen a palos y te mandan a pasar aún más hambre en un apestoso calabozo.

Sí, el humor se fue de Cuba, aunque el hambre allí sigue. El destino de Simplicio los alcanzó a todos.






Postdata: Para quien no conozca a este par, aquí se los dejo. El de la izquierda es Marx, un vividor, inteligente pero vividor, menos propenso a la acción que nuestro Orate. El de la derecha es Engels, quien mantuvo a su amigo toda su vida. Los dos vivieron cien años antes que Simplicio. Evidentemente se alimentaban mejor.



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