sábado, 17 de mayo de 2025

La batalla de las ideas



No me gusta usar las palabras del pichón de gallego al que una buena parte de mis antecesores le entregaron su futuro, con entusiasmo incluido.

Los cubanos libres, que no son todos los que estamos fuera de la isla, tenemos un persistente problema. Es un problema de percepción. No de cómo percibimos, sino de cómo nos perciben muchos de nuestros paisanos y la gran mayoría del resto de la humanidad.

En esto nos parecemos al Estado de Israel. No importa que los terroristas de Hamas asesinen y secuestren a miles de ciudadanos en su propio país. Lo que usted verá en las noticias al día siguiente es un titular sobre el soldado sionista que mató a un par de niños palestinos, de preferencia en una escuela u hospital.

Este asunto de la percepción lo estoy experimentando en carne propia en estos días. En particular, desde la publicación de Se acabó la diversión. Cuando finalmente vio la luz, después de años de trabajo, investigación y meditación, se lo anuncié a varios grupos de amigos que seguimos en contacto después de tantos años.

Uno esperaría que una buena parte de ellos, además de la felicitación reglamentaria, se lanzara a comprarlo y, mejor aún, a leerlo. El objetivo de haberlo escrito nunca fue monetario (gracias a Dios, a estas alturas el tema ya no me preocupa). La intención fue proveer a nuestra generación y a las que nos seguirán de un relato de lo que sucedió en nuestro país y nos tiene a todos desperdigados por el planeta.

Pues no. Salvo algunas excepciones, las ventas han provenido mayormente de desconocidos, a los que agradezco mucho. Es como cuando cocinas una receta deliciosa y te dejan la mitad en el plato.

Y reflexiono sobre esto no solo por ese grupo, sino por los amigos y conocidos que todavía tengo en la academia, tanto en Estados Unidos como en España y México. Para todos (ahora sí, todos), el libro se les figura un bidón de desechos nucleares. Tóxico y letal. A pesar de solo contener hechos y datos comprobados y (trabajo me costó) muy mesuradas opiniones.

Y es que, si a los primeros que me referí quizás no se han desprendido del cordón umbilical isleño, estos últimos mantienen uno similar con el sueño revolucionario. Otros muestran una fascinación con el turismo de escombros que hacen físicamente en Cuba o sobre el que estudian y disertan en sus respectivos países, mientras los cubanos allí atrapados siguen sin electricidad, comida, medicinas y, mucho menos, libertad. Fascinante.

Hasta hoy, esta batalla de ideas la tenemos perdida. Nos la sigue ganando el muy cabrón hasta después de muerto.

 


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