domingo, 18 de mayo de 2025

Oficialmente viejo


 

Escribo esto mientras estoy sentado en un avión, a treinta y tres mil pies de altura, según anuncia la capitana. Y aquí, reflexionando, me doy cuenta de que sí, soy ya un viejo, aunque me faltan varias cuadras para llegar a la calle 60.

El primer síntoma de esto es que estoy escribiéndoles en vez de estar hipnotizado ante una pantalla, aunque brevemente uso una para esto. Mis compañeros pasajeros lo están, literalmente todos. Pantallas de todos tamaños y formatos, cada una mostrando un contenido que, sin duda, debe ser hipnotizante.

Algunos incluso portan unos audífonos gigantes, de los que antes uno veía en los videos musicales donde el cantante estaba pegado a un micrófono cilíndrico.

Miraré unos minutos mi respectiva pantalla, mientras les escribo. Para no desentonar.

Lo de las pantallas se ha extendido a todas las esferas de nuestra cotidianidad. Sé que me esperan al aterrizar, lo que refuerza esta certeza de que estoy viejo. Persiguiendo la chuleta con la que mantenerme, viajo con relativa frecuencia. Después del avión, generalmente le sigue un auto rentado. Y en este paso llevo ya varios años tropezando.

De un tiempo para acá, los autos nuevos son, según sus fabricantes, "inteligentes". No sé quién se lo pidió o si simplemente son un signo más de la nueva era, pero, además de parecer diseñados por mi nieto (ven, soy un viejo) con una cráyola, los coches de esta era te dicen lo que debes de hacer y cómo debes manejar.

Campanitas, soniditos, alarmas, señales, una cacofonía de "ayudas" que se entrometen en la conducción de un tipo que lleva cuarenta años haciéndolo. Allá, en la isla cárcel, lo hacía en un destartalado Lada, que lo empujabas y arrancaba solo. Ni radio tenía, creo.

Ahora, para cambiar la temperatura del aire acondicionado (aquí entra el Lada al blog y pregunta "¿qué es eso?"), hay que tocar cuatro veces la mentada pantalla. Y si en eso pasaste por un bache —que cada día hay más—, tu torpe dedo, en vez de tocar el ícono del ventilador que enfría la cabina, se desvía y le atina al del artilugio que te calienta el culo. Esto último el Lada lo trae de serie. El problema es que ahora no sé cómo desconectarlo. Huevos fritos.

Pues nada, soy viejo. Ya me bajo del pajarraco. Todos se están levantando. Misteriosamente, siguen pegados a esas pantallas. Yo, preparándome mentalmente para lidiar con las del auto que la suerte me provea. Cosas del desarrollo.

La capitana dice por el altavoz que espera que hayamos tenido un buen vuelo. Capitana, ¿ven? Soy un viejo, cuando nací no había capitanas de avión. Hay cosas que cambian para bien.




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