martes, 20 de mayo de 2025

Como una hiedra



Cuando yo cursaba la secundaria, en un fronterizo barrio del Cerro, las chicas escuchaban una canción que decía algo así como: "Como una hiedra, tu amor, como una hiedra…". A mí me gustaba un poco menos que una patada en la entrepierna, pero la soportaba por ser un buen recurso de acercamiento.

Ayer domingo, cosa rara en mi vida, dispuse de casi todo el día para vagar sin nada concreto que hacer. Como estaba en la caótica y bella Ciudad de México, me zambullí al Metro y tomé rumbo al centro histórico. La última vez que fui usuario de ese efectivo medio de transporte —en México, quiero decir— fue hace treinta años.

Decidí viajar al centro de la poderosa capital del virreinato; ahora le llaman Zócalo. El trayecto fue rápido, en un convoy limpio y unas estaciones que, para los años que llevan en servicio, operan en muy buen estado.

Las sorpresas me asolaron incluso antes de regresar a la superficie. La estación Zócalo, aunque se mantiene iluminada, no se utiliza. Me contaron mis colegas viajantes que al presidente AMLO le molestaba que saliera tanta gente por sus escaleras. Otros, que por su seguridad. Lo seguro es que está clausurada. Una inversión sin uso se llama despilfarro.

Ya bajo el duro sol mexicano, veo la gran plaza: Palacio Nacional al poniente, la catedral al norte y un grupo de impresionantes edificios cerrando el cuadro. La plancha de la plaza, su piso, ese no se puede ver. Está forrado de casas de campaña, lonas, cobertizos, unos sobre otros. Debajo, bajo el atroz calor y respirando vapores plásticos, hay cientos de personas, viviendo, pacientes. ¿Quién los tiene ahí? Nadie me dijo.

Más sorprendente son los símbolos, pancartas y banderas que ondean sobre buena parte de la favela improvisada. Marx, Engels, Lenin, hasta Stalin. ¿No se preocupen? Las imágenes del argentino les ganaban a todos. ¿Quién los orienta? Nadie me dijo.



Se imaginarán lo a gusto que me sentía en ese ambiente, no solo por lo político, sino también por la peste a orines, a vinyl quemado y a cuerpos sin bañar. Pude atravesar unas siete cuadras, a saltos entre los puestos de vendedores ambulantes. Curiosamente, muchos vendían productos idénticos y eran proveídos por jóvenes en moto, que surtían a varios al mismo tiempo. ¿Quién controla esto? Nadie me dijo, pues a nadie pregunté. A los comunistas los conozco, pero a los narcos les temo.

Ya casi para llegar al hotel, en la zona moderna, en Paseo de la Reforma para ser específico, me topé con una gran marcha. Ondeaban banderas de Palestina; un tipo con un altavoz instaba a los concurrentes a gritar "Palestina, Palestina, no es guerra, es genocidio". La verdad es que pocos repetían el graznido. ¿Quién organizaba eso? Nadie me dijo.

Y este último nadie sí tuvo rostro para mí. Era la misma viejita que me encontré sentada en la acera de la glorieta de Insurgentes. La acompañaba un grupo heterogéneo de personas. Una mujer, de pie, con cuaderno en la mano, les pasaba lista de asistencia. Un hombre les repartía banderas de Palestina. ¿Quién quiere provocar el odio? Nadie me dijo.

La maldita canción regresó desde una neurona olvidada: "Como una hiedra, tu amor, como una hiedra…". Creo que en este caso lo que expande la hiedra no se parece en nada al amor. ¿Qué será? Nadie me dijo.



La hiedra lleva ya un tiempo sembrada. Se sembró a instancias y con ayuda que salía —que sale— de un gran establecimiento en la calle Masaryk, con una bandera cubana en su extenso frente. Germinó en 2018 y se refrendó en 2024. "Como una hiedra, tu amor, como una hiedra…", nadie me lo tiene que decir. Sé lo que es; esperemos que los mexicanos también pronto lo sepan.

Postdata: Ya terminado el post y listo para publicarse, me llega esta foto. Como siempre digo, una imagen vale más que mil palabras.



 
La misma banderita y la misma cantaleta. Solo que en La Habana gritan las consignas con más entusiasmo, aunque, a diferencia de los mexicanos, desfilen con sus estómagos vacíos y regresen a sus ruinosas casas sin servicio eléctrico. No todos, claro. La que va enfrente de seguro porta una infeliz langosta en su abultado vientre y tiene planta eléctrica en su cómoda morada.

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