lunes, 19 de mayo de 2025

Aquel Это Пуха



Mi hermano pasó casi toda su niñez, adolescencia y primera juventud lejos de la casa donde nació. Sin saberlo, fue una víctima más del sistema educativo impuesto por el Gran Inventor. Las consecuencias de meter a un chico de doce años a un internado se las contaré en otra ocasión.

Sí, entró a la "beca" a los once años y salió de dieciocho, luego otros seis años y medio estudiando en Letonia. Casi trece años; se fue un crío de once y regresó un tipo de veinticuatro.

Como la inmensa mayoría de los jóvenes nacidos en cualquier país socialista, siempre sintió atracción por las cosas del enemigo y, en especial, por algunas marcas. Comparada con Cuba, la Unión Soviética era un paraíso con respecto a los productos de consumo. Imagine usted cómo estaría de limitada la oferta en la isla.

Una de sus obsesiones eran unas plumas, bolígrafos, de marca Parker. Nada del otro mundo, un común instrumento para escribir, pero que para él eran un símbolo de estatus o éxito, no lo sé.

Ya graduado y trabajando, tenía la suerte, si no frecuentemente, sí con relativa regularidad, de viajar al extranjero, lo que en aquella Cuba era el equivalente a ganarse la lotería.

Debe haber sido poco antes de uno de esos viajes en que yo le regalé una de las mentadas plumas Parker. Había llegado de igual manera a mis manos. Un amigo me la obsequió regresando de un corto viaje a Francia. El amistoso y agradecido gesto fue acompañado con la aclaración de que la había comprado en la calle, a uno de los tantos magrebíes que, con una sábana, ofertaban todo tipo de bisuterías en las aceras parisinas.

Es decir, la pluma era falsa. A mí, la verdad, mientras el mundano objeto sirviera para su uso, me daba igual si había sido fabricada en Guangzhou o en Wisconsin. Era una pluma, ¿qué más daba?

Pues bien, mi hermano la llevó, orondo, a uno de sus viajes a Moscú, o algo parecido. Era en el "campo socialista". Regresó contándome que, mientras esperaba en el aeropuerto de Sheremetyevo la salida del vuelo de retorno, se entretuvo escribiendo unas notas cuando notó que dos jóvenes rusos habían puesto su atención en el glorioso objeto que, con destreza, usaba su mano derecha.

Mi hermano, un tipo apuesto que se cree aún más, puso la pluma a un costado de su bloc y apartó su mirada hacia el horizonte, seguramente con una expresión que suele tomar, imitando a Alain Delon o alguno de esos galanes de la época.

Para su sorpresa, lo único que escuchó del par de rusos fue lo siguiente:

—Зтo пуха, dijo el primero.

—Да, да, Зтo пуха, confirmó su compañero.

Sonó así: "Eta púja". "Dá, dá, eta púja".

A pesar de ser el ruso su segundo idioma —no olvidemos que había vivido aquellos seis años en territorio soviético—, literalmente no comprendió la frase vertida acerca de su hermosa pluma.

Aunque el tono en que lo dijeron sí delató el sentido de la observación.

"Es falsa". "Sí, sí, es falsa".

Desde entonces, en mi familia, cuando vemos alguna imitación o algo de dudosa calidad, decimos: "Eta púja".

Quizás contagiado por aquella espuria Parker, mi hermano, al paso de los años, se convirtió en un verdadero "púja".



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