lunes, 1 de diciembre de 2025

Juan Pablo Roque, el traidor... y el karma

 

Foto: CodigoAbierto360 
 

El 24 de febrero de 1996, estaba yo entrando a la recepción de la residencia académica en la que pernoctaba gracias a una beca que, graciosamente y casi sin conocerme aún, gestionó a mi nombre mi amiga Consuelo. Llevaba una semana en aquella Sevilla que me tenía maravillado, no solo por su belleza estética, su riqueza culinaria y su calidez humana, sino porque apenas era el quinto mes en que disfrutaba vivir en libertad.

📺 Si no me quiere leer, véame, pero es peor. → Ver el video aquí

Lo de la riqueza culinaria lo digo en el sentido de la observación, de la contemplación. Mi bolsillo, en ese entonces, como dijo Willy Chirino, de perfil no se veía. Estaba arrancao, pasmao, seco como una mandarina en cuaresma.

Entraba yo a aquella recepción cálida cuando la señora de la puerta —ya saben, en ese acento sensual de los andaluces—, me dice:

—Qué pena lo que ha pasado con tus paisanos.

Y yo:

—Hombre, sí, qué pena, llevamos treinta y siete años de esta plaga.

—No, no, lo que les ha pasado a cuatro de tus paisanos hoy.

—No se preocupe, señora, seguro los sueltan en unos días.

—No, hijo mío, a estos cuatro los han matado. Los derribaron los aviones de Fidel.

Esto último ya sí atrajo mi atención, y mucho. Regresé a la calle, al kiosco donde vendían los periódicos. Lo tuve que comprar: el marroquí que lo atendía se encabronaba siempre que los hojeaba para no comprarlos. Acuérdense de lo del bolsillo flaco.

Compré el ABC, puesto que ya desde entonces El Mundo y El País tenían líneas editoriales divergentes de lo que pensaba y sentía este cubano que apenas iniciaba su vida en libertad, pero que estaba decidido a llevarla a su máxima dimensión.

Allí, en ese periódico vilipendiado por las izquierdas españolas, leí la noticia. Cazabombarderos supersónicos de la fuerza aérea del régimen del Orador Orate habían derribado a dos avionetas civiles sobre aguas internacionales. Las tripulaban cuatro cubanos libres.

Les he contado sobre esta masacre con anterioridad, tanto en el blog como en el video.

Días después del asesinato, las investigaciones revelaron un nombre: Juan Pablo Roque, un piloto espía. Un piloto al servicio del régimen del Orador Orate que fue enviado desde La Habana al sur de la Florida a infiltrarse en la organización Hermanos al Rescate.

No lo enviaron a infiltrarse en el Pentágono —no, para eso tenían a Ana Belén Montes—, ni al Departamento de Estado —pues para eso tenían a Manuel Rocha—. A este mentecato, que lo era, lo enviaron a infiltrarse en una organización que durante décadas se dedicó a ayudar a los cubanos que huían del manicomio socialista. A los que lo hacían en balsas y embarcaciones de todo tipo.

Y es que, al Orate, Hermanos al Rescate se le estaba haciendo muy molesto. Como Díaz Lanz, mucho antes, ya las avionetas de estos libres se aventuraban en su territorio clamando libertad. El barbudo siempre fue muy acomplejado y decidió dar un escarmiento.

Para eso tenía a Juan Pablo Roque infiltrado entre aquellos héroes. Y activó a su agente. El piloto espía pasó toda la información de ese fatídico vuelo a los asesinos de La Habana. Y ellos la aprovecharon: torpemente y de manera abusadora derribaron las avionetas sobre aguas internacionales.

Poco antes, Juan Pablo Roque, después de haberse casado y estafado a una cubana libre, después de haberle topado las tarjetas de crédito a su crédula esposa, se había regresado a La Habana. Regresó a sus amos. Portando, por supuesto, el respectivo Rolex. Comportamiento típico en este tipo de personajes.


Foto: Noticias Martí 
 

Incluso Netflix, plataforma progre y woke, produjo una película sobre el tema. La red avispa se llama el bodrio. En el panfleto ponen a Juan Pablo Roque casi como un superhéroe salvando al mundo. Ese día cancelé mi suscripción; fue la gota que colmó la copa. Antes habían representado a Arsenio Lupin con un actor negro. Un actor excelente, ¡pero Arsenio Lupin, el personaje, es blanco!

Pasado su momento de gloria totalitaria, el sujeto se percató de lo que hizo. No de lo que hizo como colaborador del asesinato de cuatro inocentes, o de robarle a una esposa inocente. No: se percató del error que cometió al regresarse a vivir al manicomio totalitario. A ese régimen que, como también hizo con él, siempre dejó olvidados a sus siervos.

Se metió al alcohol y a no sé qué más. En 2012 ofreció una entrevista y se dijo arrepentido de haber provocado esas muertes. La aprovechó para ofrecer en venta su Rolex y el apartamento en el que vivía, frente a Línea y A, en los altos del antiguo restaurante Potín. No tenía dinero. Los tiranos desprecian a los traidores.

Lo que sí sé es que hace unos días Juan Pablo Roque murió. No murió muy viejo: murió con setenta años. Murió gracias a la catástrofe humanitaria en la que los herederos de su amo tienen sumida a la isla Cuba.

 

Foto: CiberCuba

Murió como muchos cubanos inocentes mueren cada día. Murió por uno de esos virus que brotan de los basureros, por los apagones y por el hambre. Como un cautivo más, uno más de esos millones para quienes Hermanos al Rescate querían libertad y prosperidad.

Murió a los setenta años, en esa isla colapsada a cuyo régimen entregó lo peor de su persona. Que no descanse en paz, como tampoco lo hará su amo, el Orate, en esa vulgar piedra que le sirve de tumba.

Lo alcanzó el karma.

¿A quién le habrá vendido el Rolex robado?

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