Cuando la civilización retrocede, la barbarie avanza. Civilización entendida como un conjunto de costumbres, normas, conocimiento, convivencia y progreso material, espiritual, social, político y cultural. Nosotros, los cubanos, pertenecemos a lo que se conoce como civilización occidental.
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En términos concretos, esto quiere decir que existe un Estado encargado de proveer seguridad jurídica y pública, servicios básicos como electricidad, agua potable, educación, salud y seguridad social. Al mismo tiempo, permitir la libertad económica y, de preferencia, también la política.
No me meto a las generalidades de esa civilización, sino a los detalles que nos conciernen. La cultura cubana, en general, nuestra nacionalidad, fue el resultado de dos siglos y medio de historia. Historia que tuvo un giro radical desde el 1 de enero de 1959.
Ese día terminó una etapa iniciada exactamente sesenta años antes, el 1 de enero de 1899. Durante esas seis décadas se forjó una nacionalidad que, además de progresar constantemente en el campo económico, lo hizo en el cultural y en muchos otros más.
La música cubana conquistó el mundo, las radionovelas también, Nananina y Tres Patines, pintores, escritores. Música y diversión. Al mismo tiempo, la isla era el principal productor de azúcar del mundo, producía el mejor tabaco y los rones nacionales estaban en los anaqueles de todos los bares del planeta.
Claro que no todo era color de rosa, ya lo he contado al detalle en Se acabó la diversión. El país, como todos los países, tenía problemas. Grandes problemas, pero solucionables sin necesidad de una “revolución” como la que la generación de mis padres nos impuso.
Y desde ahí toda aquella diversión, con sus problemas —sí, ya sé—, se extinguió. El Estado totalitario que construyeron el Orate y sus cómplices destruyó la propiedad privada, única manera por la que una sociedad civilizada puede generar y conservar la riqueza; eliminó la libertad individual —las personas ya no podían decidir su destino—; erosionó, por todos los medios posibles, la institución familiar, y convirtió la educación en adoctrinamiento.
Poco a poco, el árbol de la civilización, de la nación cubana, empezó a torcerse.
Y desde 1991 este proceso se aceleró hasta llegar a estos días, en los que la Junta Militar de barrigones que los desgobierna ha decidido, en los últimos años, abandonar todas sus funciones como Estado civilizado. Ha dejado que se acabe de destruir la base material del país y, con ello, la espiritual. Del bolero al reparto, del tasajo con boniato a comer pitirres.
Las nuevas generaciones de cubanos han nacido en un territorio castrado de bienestar, de vida civilizada. Sus casas, medio en ruinas, sin luz, sin agua, sin alimentos suficientes. Las escuelas se han convertido en centros de violencia, sexualidad y vulgaridad.
Y lo peor: la ausencia de futuro, de esperanza.
Y esto no es más que el retroceso de la civilización y el avance de la barbarie. Uno de los síntomas dolorosos es el hecho de que, como en la Roma antigua o en los peores sitios del mundo actual, los jóvenes cubanos ahora practican peleas callejeras.
No peleas normales entre chicos, no: peleas tipo gladiadores. Al duro y sin guante, literal. Pelean por dinero y por diversión. En Roma se decía que el pueblo se mantenía controlado a base de “pan y circo”. Aquí es circo sin pan. La barbarie.
Antes peleaban gallos, luego perros, ahora jóvenes. La barbarie.
Traigo esto hoy ante ustedes porque, desde hace meses, pensé escribir sobre este tema, pero ayer leí en Periódico Cubano que el historiador Julio César González Pagés denuncia este horroroso fenómeno como algo nuevo.
Meses después, pero nunca es tarde. Del historiador denunciador hablé en un post hace unos meses también. Tuve la “suerte” de compartir aula con el sujeto. Pero bien por Julio César, nunca es tarde para denunciar cómo avanza la barbarie en tierra de los Barrigones.
El Orate y el asesino argentino querían crear el “hombre nuevo”, y vaya que sí lo lograron. Julio César y los nuevos gladiadores son ejemplo de ello. Cada día, cada mes que esos Panzones sigan allí, la barbarie continuará devorando los rastrojos de lo que fue aquella Cuba civilizada.
Cada día que pase, la reconstrucción será más difícil.
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