La renta de una propiedad en el oeste de Miami-Dade es de aproximadamente $3200 dólares mensuales. Carísima, comparada con la de la mayoría de las ciudades de este país.
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Incluso, escuché el otro día en el almacén de mi negocio, warehouse, le dicen aquí, a dos colaboradores conversando sobre un rapero cubano, Osito Misha, o algo parecido, que regresa a la cautiva para no pagar más biles. Me imagino que se cansó de pagar renta, servicio eléctrico, de agua y drenaje, seguridad pública, todo eso que te hace la vida civilizada.
Y miren, sí hay que pagar muchos biles, pero trabajando se gana el dinero con que pagarlos. Me imagino que el Osito no es muy trabajador o no es muy buen rapero. Preferir vivir en el desastre que es hoy la cautiva es reconocer que uno fracasó siendo libre.
A mí no me molesta pagar impuestos para financiar los servicios básicos a los que está obligado el Gobierno a proveernos, pero cuando ese Gobierno se mete en otros temas que no le competen, empiezan a chupar la sangre de los que trabajamos a diario.
He vivido aquí por casi treinta años y he visto cómo paulatinamente se han ido erosionando los servicios que el gobierno local está obligado a ejecutar. En 1995, cuando me bajé de la balsa de Iberia, la gente paraba firme en cada señal de stop. Iban a quince millas por hora en las zonas escolares y, si se te ocurría romper el límite de velocidad en el Turnpike, muy probablemente en tu retrovisor verías las luces rojas y azules del State Trooper.
Hoy no es así.
Entonces existía algo que se llamaba Mosquito Control, hoy extinto, el control, no los mosquitos. Esto gracias a los ecologistas que habitan en la sede del condado: los mosquitos son felices chupando nuestras venas. Los del condado también.
De los baches, ni les cuento, ya le puse nombre a uno camino a mi oficina, ha sido mi compañero de viaje durante quince años. ¿Policías de tránsito? Creo que se extinguieron. Ahora convivo con todo tipo de fauna en las calles: los que van a cinco millas mirando la pantalla del teléfono en vez de la calle; el que va a noventa millas en zona de treinta y cinco; o el que, con una credencial de discapacitado, ocupa el espacio de quien sí lo necesita.
Hoy es así.
Toda esta degradación de la convivencia civil, del nivel de vida, no ha significado un alivio en los impuestos locales. Los impuestos suben mientras los servicios decrecen.
Toda esta degradación viene conjunta a un aumento inusitado de los impuestos a la propiedad. Hoy, en el condado de Miami-Dade, ser propietario de una casa es ser un rehén de una bola de inútiles despilfarradores.
Imagine usted que trabajó toda su vida para pagar la casa que compró en 1990. Le llevó treinta años pagar el crédito, el mortgage. Treinta años currando, como dice mi amigo Luis Miguel, "casado con el banco". Lleva usted treinta años pagando, coincide que termina de pagar al mismo tiempo que se retira.
Y ya, con su magro retiro, se dispone a disfrutar el ocaso de su existencia. Pero no: le llegan estos inútiles y le secuestran su existencia a través de un impuesto a esa propiedad que usted llevaba treinta años pagando.
Hoy, una casa de clase media baja en Miami-Dade paga un promedio de $9000 dólares al año en impuesto a la propiedad. $766 dólares mensuales, un tercio del retiro promedio. Promedio, ¿eh? Muchas personas mayores en este condado reciben mucho menos que eso.
Trabajaron toda su vida para cumplir el sueño americano, y hoy llegan unos inútiles y les secuestran sus ingresos.
Como en mi isla cautiva, pero en versión desarrollada. Son hermanos de los Barrigones en lo de hijos de puta, despilfarradores y parásitos.
Me mantendré al tanto del Osito Misha, a ver cómo le va en la isla del horror. Tengo curiosidad.
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