Uno de los mejores dibujantes, caricaturista, animador —de dibujos animados— y cineasta que tuvo la isla cautiva fue Hernán Henríquez. De toda su obra, lo que siempre más me gustó —desde niño— fue su serie llamada Gugulandia.
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Gugulandia, además de ser una obra de arte en el sentido estético, siempre fue una ventana por la que entraba aire fresco al estancado entorno ideologizado en el que se desarrolló mi niñez. Hernán H., como firmaba, empezó con esta tira cómica en 1964, justo el año en el que el proyecto totalitario que impuso el Orador Orate en Cuba mostraba la verdadera cara de su fracaso, tal como les cuento en Se acabó...
Lástima que este fracaso no significase, como en cualquier país normal, que sus habitantes lo echaran a patadas.
La trama de Gugulandia se desarrollaba en una sociedad primitiva. Primitiva, pero no tanto como para no tener ya un rey y un brujo. El brujo se parecía, a mi parecer, al argentino asesino sobre el que conversé hace unos días con ErnestoMiami. Fue representado como un charlatán que desaparecía todas las cosas materiales: la carne, el pescado..., hasta los huesos que tenían aquellos primitivos como amuletos se los quitó. El rey se parecía a la hermana china del Orate, la conocida como Raúl, y era igual de pusilánime e inútil.
Se llamaba Gugulandia porque el brujo llamaba a todas las cosas Gu. Los personajes eran más brutos que una piedra, y los guiones en la serie giraban en torno su ineptitud. Aquí les mando el link para que vean algunos.
Gugulandia. Compilación de varios cortos
Recuerdo ese, cuando encuentran una fruta en lo alto de un árbol y no saben cómo tomarla. Se pelean, se golpean, y cuando el brujo, casi a golpes, hace su magia, lo que crea es una escalera. En vez de usarla para llegar a la fruta, la usan como arma en medio de la bronca. Al final se retiran golpeados, dejando la escalera al lado del árbol. Luego la fruta se cae sola. ¿Entienden la ironía? Como los tontorrones sobre los que les conté hace algún tiempo.
Aquello era un retrato de aquella sociedad dirigida por el Orate y su séquito. Increíblemente, la serie nunca fue prohibida. No conozco a Henríquez, así que no sé si sufrió de censura, lo más probable. En 1980, el artista con su familia, cansado de vivir en Gugulandia, se subió a un bote y, como parte de la flotilla del Mariel, llegó a la civilización.
Pues bien, todo este preámbulo es porque en mi familia, bueno, solamente mi hermano y yo, llamábamos a aquel manicomio totalitario Gugulandia. Cuando veíamos algo verdaderamente típico de la ineficiencia socialista, solo teníamos que mirarnos y decir: "Gugulandia".
Y he estado recordando Gugulandia durante los últimos meses cuando me encuentro, en las noticias que llegan de la cautiva, con que allá ocurren muchos accidentes de tránsito. Hace unos días, dos autobuses en la carretera central se destrozaron en un choque; el día anterior, la mandamás del pueblito de Cruces y su chofer se mataron en un accidente donde solo intervino el auto en el que iban. Que si una moto, que si un camión, que si un coche tirado por un caballo flaco chocó con un ómnibus de turismo.
Decenas de muertos por accidentes viales, en un país donde escasea el combustible, y los vehículos, que también escasean, apenas andan.
Veo también que en menos de un mes han muerto dos linieros, como les dicen allá a los que trabajan en las líneas conductoras de electricidad. En el país de los apagones. Las termoeléctricas no producen corriente, pero se queman continuamente, no funcionan ni con el petróleo ahora robado a los mexicanos.
Gugulandia, el país en el que los cautivos caen por hambre, mueren por falta de medicinas o porque nunca llegó una ambulancia, se enferman de enfermedades desconocidas, de virus misteriosos, se les revientan los acueductos que no llevan agua, son tragados por alcantarillas que no funcionan de tanta basura acumulada, se acuchillan entre ellos por un celular, se queman en sus casas si es que no se les derrumban antes. Dios mío.
Gugulandia. Estado fallido, Gugulandia.
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