La historia ha probado una y otra vez que cuando un grupo humano —la palabra “pueblo” me da urticaria— es explotado, masacrado, vilipendiado, desplazado o humillado, llegará el momento en que tomará venganza sobre sus opresores.
Uno de los ejemplos más sangrientos fue la contraofensiva del Ejército Rojo con la que terminó la Segunda Guerra Mundial. Rojas de sangre quedaron las tierras desde Moscú hasta Berlín.
Existe el precedente en la isla cautiva de la violenta venganza que en agosto de 1933 ejercieron los habaneros sobre los más connotados miembros de la porra machadista. Y eso que Gerardo Machado, después de ser un excelente presidente, solo fue dictador por menos de cinco años.
Los cubanos, al día de hoy, llevamos sesenta y seis años explotados, masacrados, vilipendiados, desplazados y humillados por la dictadura totalitaria que nos impuso el Orador Orate desde enero de 1959. Ahora, envilecida en sí misma, mal administrada por una inepta Junta de Barrigones.
Ya somos millones los que tuvimos que echar raíces en otras tierras. Estamos por todo el mundo, viniendo de un país que era de los más prósperos de América. Los millones que quedan en la isla cautiva sobreviven en una miseria que hace palidecer hasta a los haitianos de Cité Soleil.
Dicen que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Ojalá.
Los Panzones, como los tontorrones, no dan señales de siquiera saber lo que hacen. Reprimir sí saben, pero no tienen idea de cómo sacar de los harapos lo que queda de la que una vez fue Cuba, del hoyo en que ellos mismos la metieron.
El sistema eléctrico está colapsado, obsoleto. Incluso con millones de dólares de inversión tomará años para que los cubanos de la isla disfruten de un servicio eléctrico civilizado, como el que tenían hace sesenta y seis años, o incluso en tiempos de Machado.
La industria y la agricultura desaparecieron, aplastadas por planes y más planes que el gran Estado socialista les aplicó. Están más destruidas que las de los alemanes cuando les llegaron los soviéticos sedientos de venganza.
La infraestructura está devastada. La Habana se derrumba a pedazos, sin agua potable ni alcantarillado. Reparar estos servicios tomará también años.
Reconstruir sus edificios ya no es una posibilidad: el socialismo los corroyó desde dentro.
No los canso más. Lo mismo sucede con la medicina, la educación, el arte, el transporte. Es un colapso material total; del social no les hablaré en este post.
Les cuento todo esto porque llegará el día en que finalmente caigan esos ineptos Panzones. Sueño con que caigan, no que se vayan, como dicen muchos.
Y viene aquí el tema de la venganza. Ojalá que no actuemos como los rusos y los nazis. Que no fusilen como el Orate y su hermana la China hicieron con miles de inocentes cuando Cuba les entregó su destino y su futuro.
Ojalá que se guarden las armas para mejor uso. Que se use la justicia.
Que solo vean una celda los que físicamente reprimieron, los que golpearon y asesinaron. A esos, sí, castigo personal.
Y miren que no son pocos. Tan solo el 2 de julio pasado reprimieron a decenas de opositores y periodistas independientes por el grave delito de querer asistir a la celebración que Mike Hammer, encargado de la embajada norteamericana, organizó en su casa por el 4 de julio.
Hasta a una fiesta en una casa sembrada de micrófonos le tienen miedo. Ya veremos este 11 de julio.
Pero llegado el momento, a los Panzones de la Junta y sus corifeos no los pongamos en la cárcel. Primero que devuelvan lo que se han robado, pero segundo, y más importante, obliguémoslos a trabajar.
Como nunca han tenido un trabajo útil, les va a doler mucho.
Todos juntos, en el primer central azucarero que reconstruyamos. A cortar caña por el resto de sus vidas. Mejor aún, pongámoslos a reconstruir los edificios que su desidia derrumbó. A levantar ladrillos de las ruinas que su inquina provocó.
Que a cada cubano que se les cruce tengan que decirle un “disculpe usted”.
Ah, se me olvidaba. No sé si esto que les voy a decir es venganza o no, pero de que me daría un profundo placer, sí lo es.
No sé si saben que el Orate, después de muerto, se metió en forma de cenizas maléficas en un sepulcro de piedra. Yo cargaría ese seboruco con el patán adentro en una patana y lo arrojaría en medio de la profunda fosa de Barlett, muy cerca de su cementerio.
Siete kilómetros hasta el fondo.
A los Panzones y sus acólitos los tendremos recogiendo escombros por los próximos sesenta y seis años. Cuando se cumpla ese tiempo, les diremos: “Disculpe usted, hijo de puta”.
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