sábado, 19 de julio de 2025

La estupidez de las estatuas

 


Les confieso que en mis múltiples viajes a la Ciudad de México nunca me tropecé con las esculturas del Orate y del gaucho asesino sentados en una banca. Les confieso también que ni sabía de su existencia, algo sorprendente, pues resulta que estaban en algún lugar de la alcaldía Cuauhtémoc, donde generalmente pernocto cuando voy allí.

No solo duermo allí, sino que camino sus calles como si fuera un vecino más. Qué oportunidad perdí. Ya conocen mi afición por miccionar en sitios inconvenientes. Me hubiera dado gran placer chorrear la representación de estos malnacidos.

Más placer me daría pensar en los que al día siguiente pasarían por allí para rendir pleitesía a los padres de la hecatombe cubana.

Esculturas, por demás, modeladas con bajo nivel de destreza por Óscar Iriarte Ponzanelli, quien no se caracterizó en su corta vida por hacer oda a tiranos. Incluso representó al argentino con el dedo de en medio en postura de "jódánse", que fue lo que en realidad les aplicó a los cubanos, hasta que su vecino de banca lo mandó al cadalso boliviano.

Les he dicho siempre la influencia que tiene la embajada cubana en la política mexicana. Influencia exponencialmente aumentada desde la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018, y ahora con su marioneta Claudia Sheinbaum.

La embajada organiza lo mismo marchas en favor de Palestina —lo que sea eso, pues Palestina no existe— hasta motines antigentrificación en esa misma colonia Cuauhtémoc.

 

Yo sospecho que detrás de esa violenta marcha contra el éxito comercial de la Cuauhtémoc está la mano de la embajada cubana. Al parecer, la alcaldesa también piensa lo mismo.

Días después de la destructora y focalizada marcha, Alessandra Rojo de la Vega, representante de oposición que ganó la amañada elección manipulada por Ricardo Monreal para que favoreciera a su hija, ordenó retirar a los dos monos de bronce por razones "administrativas". De trámite, pues.

Monreal es un pillo político al frente de una poderosa familia. Defensor de los Barrigones a tiempo completo y secuaz de AMLO en la destrucción recién consumada de la democracia mexicana. Durante su gobierno en la Cuauhtémoc él compró las esculturas.

Las reacciones al retiro de los asesinos en bronce no se hicieron esperar. Desde ambos lados: de los que aman a Cuba y quieren su libertad, y de los cómplices de los dictadores que la mantienen miserable.

El embajador que representa a la Junta de los Barrigones en México enseguida salió a lloriquear. Las huestes de los "tontos útiles", como llamaba Vladimir I. Lenin a los ciegos seguidores de las causas comunistas, salieron en manada a rasgarse las vestiduras contra la agresión anticomunista de la joven alcaldesa.

La presidenta Claudia, afín a los que oprimen a la isla cautiva, enseguida reprodujo los dichos del embajador injerencista y pidió que se le entregaran los dos bultos de bronce para reubicarlos en otro punto. Ella, que hace poco retiró el monumento a Cristóbal Colón, que durante casi siglo y medio estuvo en una de las glorietas del Paseo de la Reforma.

Y en esto de las estatuas, el Orate nunca permitió que le erigieran una en su isla pisoteada. Él sabía mucho del simbolismo intrínseco de derribar estatuas. Es más, él fue un experto en el tema.

En La Habana —que tanto odió, si no me creen, miren cómo la dejó— derribó estatuas de los presidentes Zayas, Gómez, incluso de Estrada Palma, amigo de José Martí. Quedaron solo sus zapatos pegados en el pedestal.

El águila sobre el monumento a las víctimas de la explosión del acorazado Maine la tumbó en cadena nacional.

Eso sí, las reemplazó con feas piezas de sus aliados coyunturales.

Incluso su hermano Raúl, conocido como la China, puso una de su verdadero amor en medio de la plaza de la Catedral en La Habana Vieja. Allí se puede ver al bailarín español Antonio Gades en pose de chulo comunista.

Tanto era el amor, que las cenizas del bailarín reposan al lado de las de la mujer de Raúl. Esposa y marido juntos esperando al cabrón, que no acaba de morirse. Sus cenizas están dentro de un pedrusco similar al que contiene las del Orate.

Más pequeño el guijarro, por supuesto. Hasta en el tamaño de las tumbas hay jerarquías.

Por cierto, paradojas graciosas de la historia: la piedra del Orate, que pusieron al lado del monumento funerario de José Martí —igualado que era el barbudo—, también quedó muy cerca de la tumba de Estrada Palma, cuya estatua él derribó.

Volviendo a la Cuauhtémoc y las estatuas, estaré pendiente de dónde las reubique Claudia.

Así sabré dónde ir a mear en mi próxima visita a su bella y caótica ciudad.




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