domingo, 11 de mayo de 2025

La mortalidad del cangrejo


No se preocupen, no escribiré sobre el nieto del dictador Raúl Castro, así conocido por ser portador de un dedo de repuesto en una de sus manos. Probablemente la evolución se lo concedió para incrementar su habilidad de robar eficientemente. Pero no, no es nuestro tema. Aunque es igual de siniestro.

En mi casa hay la costumbre de decir que estás pensando en la mortalidad del cangrejo cuando tu cara refleja las tonterías por las que devanea tu cerebro. Tampoco el tema aquí es pensar boberías.

Cuando era niño, además de estar seguro que en el año 2000 los carros volarían y que en Cuba habría carne de res, soñaba que el cáncer, del que los mayores hablaban tanto, tendría una cura sencilla y expedita para entonces.

El cáncer, representado por un cangrejo en el horóscopo, como enfermedad es un verdadero desgraciado, literalmente un mal parido. Una célula da a luz a un hijo de perra que se dedicará toda su existencia a convencer a otras de pasarse a su lado. Algo así como los comunistas o los testigos de Jehová, aunque estos últimos no te asesinan o te someten a la pobreza.

El mal parido no respeta ni edad, ni sexo (o género, como dicen ahora los que tienen poco sexo), ni etnias (como los que se fijan en el color de la piel prefieren llamar a las razas). Cosas de este mundo.

En mi existencia particular, que yo sepa, todavía no ha puesto en mí sus ojos. Y no porque no le dé oportunidades. Este pobre cuerpo es un templo de adoración de cosas, comidas y costumbres que son afines a ese cabrón despiadado. Los mantendré al tanto.

Pero sí me ha jodido a nivel sentimental. Como en un autobús se ha llevado a personas que he querido mucho, y otros que no tanto, pero que indudablemente eran buenos seres humanos. 

Este 1º de mayo, mientras los corderos marchaban en La Habana, el cangrejo (no, no ese de los seis dedos, sigo con el igual de perverso, pero de efectos mundiales), se llevó a mi hermano Harry. Un dominicano más noble que el pan que Cristo partió la noche anterior a su calvario. Tres hijos, una bella esposa y una madre sufriendo. Maldito.

Y este dolor me puso a pensar en la mortalidad del cangrejo, no en la de la tontería, sino en la real. Mi amigo David, gracias a quien pude rescatar a mi hija de la isla de Robinson. Jorge, abuelo de mi bebé, médico exitoso y respetado, quien murió más joven que la edad que tengo yo ahora. 

José Luis, amigo desde mi niñez, con dos hijas en su más bella edad. Jack, el otro abuelo de mi nieto (me quedé sin competencia, pero diera lo que fuera por seguirla teniendo). La bella Mercedes, Judith, Marisol, tantos. Ahora están en la lucha don César y mi gordo Pérez Pérez, sostén de muchos. Denle duro.

También de vez en cuando se lleva a alguno que otro personaje nefasto. El otro día les conté de Castro y Chávez, hermanitos del alma y de los pólipos rectales.

Pues parece que los de mi edad, por lo que nos resta de vida, tendremos que convivir con el milenario mal parido. Seguiremos soñando con que los doctores y las farmacéuticas encuentren la cura definitiva. 

Mientras tanto, para consuelo, pensemos en la mortalidad del cangrejo. Pensemos en nimiedades.

Hablando de nimiedades, dos veces les mencioné al cangrejo de seis dedos. Considero grosero no dejarles con una imagen de su agradable estampa. 


“Por sus rostros los reconoceréis. Libro de Omar. Salmo 25:5-11


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los huevos de mi padre

Hoy que escucho sobre la escasez y los exorbitantes precios de los huevos en la isla cautiva, me acordé de mi padre. No es que necesite de...