Hace tres días, a unas cuadras de las oficinas centrales de mi negocio, un loco asesino asesinó a un joven policía. Asesinó al oficial Devin Jaramillo, de la oficina del sheriff de Miami-Dade. Un joven de veintiún años mató a un joven de veintisiete años.
📺 Si no me quiere leer, véame, pero es peor. → Ver el video aquí
Uno dedicado a delinquir asesinó a uno dedicado a salvar.
Sucedió a unas cuadras de mi oficina, una zona industrial, llena de gente trabajadora.
Devin, como era su deber, fue a atender un pequeño accidente de tránsito en la calle 128 del Southwest de Miami. Una avenida de cuatro vías en la que generalmente todo el mundo sobrepasa el límite de velocidad.
Todo el mundo va que jode.
No he visto el video de la muerte de Devin. No resisto ver sufrir y morir a nadie, y menos a los inocentes.
El asesino fue un joven de veintiún años, como les dije, Steven David Rustrian. Chocó con otro vehículo y huyó en su auto a esconderse en un estacionamiento cercano, sobre la misma calle. Intentaba no ser visto.
Le pidió a su novio —sí, Rustrian era gay— que cambiara de lugar con él, que se pasara para el asiento del chofer y, por ende, que asumiera la responsabilidad del incidente. Incidente inocuo, que normalmente lo cubre tu seguro de auto.
Llegó Jaramillo, el joven policía, al lugar. Buenos ciudadanos le indicaron dónde estaban Rustrian y su novio. También le dijeron que se habían cambiado de puesto.
El procedimiento, el entrenamiento de Devin, le hizo abordar primero al novio de Rustrian, que estaba en el asiento del conductor. Este, ni corto ni perezoso, le dijo que él no era quien iba conduciendo. Una cosa es ser novios y otra poder ser acusado de obstrucción a la justicia. El novio lo delató.
Al abordar a Rustrian, inmediatamente este empezó a atacar al policía. Devin trató de controlarlo sin tener que acudir a lo que su entrenamiento le había enseñado: un policía debe usar fuerza letal cuando es atacado.
Sucedió lo que sucede cuando no sigues el entrenamiento. Rustrian tomó el arma del propio Devin y lo asesinó. El joven policía quedó herido sobre su asesino.
La tragedia no terminó ahí. Rustrian se levantó y continuó disparando al cuerpo inerte del policía mientras lo seguía ofendiendo. Siete disparos.
Rustrian tenía veintiún años, les dije. Después de asesinar a un inocente, el asesino volvió a su auto y con la misma pistola se suicidó. Le quedaba una bala.
Muy cerca de él, el joven oficial Jaramillo dejaba ir su último aliento en brazos del pastor Damon Phillips, que, como buen samaritano, llegó primero a auxiliarlo y, al ver cómo expiraba, solo pudo alcanzar a rezar por su alma.
Dos jóvenes muertos. Uno porque, cumpliendo con su deber, no siguió el protocolo que le enseñaron; otro, el asesino, quién sabe por qué. Nos lo dirán las investigaciones.
Pero a lo que vengo, además de comentarles esta calamidad reflejo de una sociedad que tiene una buena porción de ella misma a la deriva.
Si Devin Jaramillo, un policía de la oficina del sheriff de Miami-Dade que es atacado físicamente cuando atiende un accidente rutinario, hubiera aplicado el reglamento de esa misma oficina —muy similar al de la mayoría de las policías que hay en Estados Unidos— y se defiende usando la fuerza, Rustrian estaría hoy herido o muerto.
Devin Jaramillo estaría hoy declarando sobre los hechos ante Asuntos Internos de su empleador. Pero estaría vivo.
Otros también estuvieran haciéndose sentir. Los que siempre salen a cortarse las venas, a romperse las vestiduras, a gritar, a atacar negocios, a quemar patrullas, a crear el caos cuando un agente de la fuerza pública mata a un delincuente, a un criminal o simplemente a alguien que los ataca haciendo peligrar sus vidas.
Estarían en las calles, ya lo han hecho antes, repetidamente. Que “un policía asesinó a un chico gay, a un gay afroamericano”, estarían gritando. Destruyendo.
Estarían en las noticias, estarían siendo entrevistados en las calles y en los estudios de televisión.
A ellos no les interesa el pasado criminal de las personas que dicen defender contra las acciones de la policía. Cuando George Floyd murió a manos de un policía excesivo, quemaron medio Estados Unidos. No les importó que Floyd había estado preso en ocho ocasiones.
Preso por drogas, robo y allanamiento. Pero era un afroamericano, asesinado por un policía blanco.
Steven David Rustrian, el asesino de Devin, tendría que haberse presentado hoy, 12 de noviembre, ante una corte de Nueva York acusado de nueve cargos por manejar con una licencia vencida, escapar violentamente de un policía, conducir a exceso de velocidad, etcétera.
Es decir, estaba bajo fianza. Había huido de Nueva York a Miami, y aquí continuó haciendo lo mismo por lo que estaba acusado. El oficial que lo detuvo en Nueva York sobrevivió por suerte; Devin no tuvo esa suerte.
Hoy Devin está muerto, su asesino también. De haberse cumplido la ley, ninguno de los dos estaría muerto. De haberse cumplido el reglamento, solo uno de ellos lo estaría.
Murió un policía. Las hordas antipolicías descansan complacidas, esperando por el próximo caso: cuando un policía haga lo que le exige su trabajo y proteja su vida, dedicada a proteger las de todos nosotros.
Están callados, porque un gay afroamericano delincuente asesinó a un policía de origen hispano. No es redituable para ellos el estereotipo.
Mis mejores deseos a los padres de Devin. Su vida ya no será la misma, como no lo fue la de su hijo.


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