En 1959, la generación de mis padres entregó su destino a un joven abogado que nunca ejerció el oficio. A un aventurero hijo de papá, ególatra, narcisista y, peor aún, acomplejado. Había nacido y pasado su infancia en calidad de hijo bastardo, en una próspera finca en el oriente cubano.
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Bastardo y guajiro, dos cualidades para desprenderse de las cuales decidió hacer una “revolución”. Como el calvo que se deja crecer el bigote, para que cuando lo llamen no le digan “el calvo” sino “el del bigote”.
Ya para 1959, el Orate no era bastardo, pero seguía siendo guajiro, vago y revoltoso. E hizo y logró su “revolución”. La generación de mis padres se lo permitió.
El sujeto, y la pandilla de pendencieros que lo secundaban, llegaron con ínfulas de que se las sabían todas. Al fin y al cabo, sin saber nada de guerrillas, habían derrotado a un ejército bien armado y abastecido.
El acomplejado era también envidioso. Evidentemente, en enero de 1959, llegando a La Habana —ciudad que siempre despreció—, recordó las burlas a las que sus compañeros de escuela lo sometieron años atrás.
Acomplejado y envidioso, decidió quedarse con todo el país. Con todo: así que confiscó y nacionalizó todo lo que pudo. Les quitó todo a los cubanos, incluso la libertad. A los que se le opusieron los metió a la cárcel, los fusiló o les derribó el avión.
Ya con toda Cuba en sus manos, decidió que lo iba a convertir en el país más desarrollado de América; qué tan difícil podía ser. Si los cochinos capitalistas que se burlaban de él en la escuela habían logrado tener empresas exitosas, ahora que eran de él tendría mucho más éxito.
No solo les quitó todo a los cubanos, sino también a los norteamericanos que habían invertido en la que era ahora su isla. Cochinos imperialistas. Les quitó y confiscó todo. Y, para colmo, hasta se ofendió cuando le empezaron a dejar de comprar el azúcar, que ahora él producía en los mismos centrales que les confiscó a los imperialistas.
Es como que usted se dedique a hornear pasteles. Llega un bandido y le quita la pastelería, y enseguida le exige que le compre los pasteles horneados en el mismo horno que le acaban de robar. Así de simple.
Años más tarde, con mucho éxito, el Orate implantó en la mente mundial el mito del “bloqueo asesino”. Mito que persiste hoy en día.
Lo hizo cuando ya había arruinado a Cuba. Cuando le había cercenado su prosperidad y la había convertido en un país parasitario.
Pero entre 1959 y al menos 1965, el embargo norteamericano —que no es más que el pastelero que no quiso comprar los pasteles robados— no le importaba mucho. Hasta lo desafiaba.
Lo cuento en mi libro Se acabó la diversión. Se burlaba de los yanquis a los que él mismo acababa de robar. Se jactaba de que no los necesitaba para guiar a los cubanos al paraíso socialista.
Y les pongo un ejemplo, citado en mi libro. Un ejemplo de que, como sujeto que nunca tuvo un empleo productivo, creyó que él podía transformar solo con su voluntad un país entero.
En 1960 les prometió a los campesinos —a los que, en vez de darles tierras, metió en cooperativas— que les construiría, por toda Cuba, pueblos nuevos con edificios, escuelas y hospitales. Ciudades modelo de modernidad.
Y les prometió que lo haría “con cuota o sin cuota”, refiriéndose a la cuota azucarera con la que los cochinos imperialistas beneficiaban a Cuba sobre otros proveedores del dulce. El Orate les decía:
Naturalmente que no pueden construirse juntos todos los pueblos, pero ya estamos entrenando a miles de soldados rebeldes y de brigadas juveniles para poder construir el mayor número de pueblos posibles al menor costo, ¡y que cada cooperativa tendrá su pueblecito, con cuota o sin cuota! ¡Y cada pueblecito tendrá su centro escolar para los hijos de los cooperativistas, con cuota o sin cuota! ¡Y cada pueblecito tendrá agua corriente y luz eléctrica, con cuota o sin cuota! ¡Y cada pueblecito tendrá sus campos deportivos y sus equipos de deporte, con cuota o sin cuota! ¡Y cada pueblecito tendrá sus círculos sociales, sus lugares de instrucción y de recreo para los adultos, con cuota o sin cuota! ¡Y en cada cooperativa tendremos la malanga, el maíz, los boniatos y todas las viandas y vegetales, con cuota o sin cuota! ¡Y los niños de nuestros campesinos tendrán ciudades escolares, con cuota o sin cuota! ¡Y las futuras generaciones irán creciendo en un mundo mejor, con cuota o sin cuota!
Los cochinos imperialistas dejaron de comprarle azúcar robada; cancelaron la cuota. Los soviéticos se la estuvieron comprando durante treinta años y subsidiándole su país parasitario. Como mismo lo había mantenido a él su padre también por treinta años.
Cuando finalmente el Orate estiró la pata y se mudó al pedrusco en el que hoy pernocta, dejó atrás un país en ruinas. Los tres pueblos que pudo construir antes de arruinar a Cuba hoy son fantasmas también en ruinas.
No se produce azúcar; no se produce nada.
Sus herederos Panzones lloran y lloran por el “bloqueo asesino”, mientras sus familiares, desde Estados Unidos, les lavan el dinero que le exprimen a los cubanos.
Lo único que les quedó a los cubanos de la isla fue la cuota del racionamiento, que cada día es más magra e irregular.
Ah, y la cuota de palos y cárcel a que los someten si osan protestar por su situación de miseria —ya que casi nunca protestan pidiendo, exigiendo, libertad.
En 1959 prometió casas, agua, luz eléctrica, malanga, maíz, boniatos y todas las viandas y vegetales. Sesenta y seis años después, el régimen que implantó no les ofrece nada de eso; al contrario, les priva de la posibilidad de todo eso.
Arruinaron un país próspero y libre y hoy someten a sus desdichados habitantes a un virtual y lento genocidio. A un “bloqueo asesino”.

Gracias por darle crédito a mis Taniapress.
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