Uno de estos días les contaré de cuando mi padre me sacó de una violenta escuela en el Cerro y me pasó a una en el Vedado, mi conversión de aprendiz de delincuente a persona medianamente decente.
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Aquella última escuela significaba un eslabón superior en esa sociedad en la que nos decían que todos éramos iguales.
No lo éramos.
Yo, que venía con mucha calle, me sentí a gusto en un ambiente no solo menos hostil, sino inmensamente amigable. Todavía conservo muchos amigos de entonces, eternos.
Por esas mismas causas coincidían allí los hijos de muchos “dirigentes”, gente importante según ellos. Hijos de “pinchos”, como se decía. “Hijos de papá”, los llamaban.
Normalmente eran chicas y chicos comunes, igual de jodedores que el resto, aunque tenían un je ne sais quoi entre ellos; eran como una cofradía no anunciada. Esto era algo que a mí no me importaba entonces y menos me importa ahora. Entre mis amigos, y de los buenos, hay varios que provienen de ese clan.
Lo que resulta curioso, y por eso lo comparto, es que estando aquí, en este exilio en el que al menos yo llevo ya treinta años, estos mismos amigos, y otros conocidos, se sigan comportando del mismo modo.
Por ley de la vida, ya la mayoría de aquellos “pinchos” están residiendo en los cementerios de La Habana; imagino que los huesos de alguno que otro formen parte de algún caldero o nganga. De igual manera, la mayoría de sus hijos residen fuera de la isla, porque los privilegios allí han adelgazado a la par que los cubanos.
De vez en cuando nos reunimos, venimos desde los más lejanos lugares, pero nos reunimos. La jodedera de siempre: abrazos, “¡qué gordo estás!”, “¡y tú qué calvo!”, lo normal. Felices, cerveza, ron, tabaco y dominó. Que somos el recuerdo de la cubanía.
Siempre hay un rezagado que llega más tarde, saluda a todos con camaradería y, al llegar a mí, me saluda con igual efusión y me pregunta: “¿Y tú de quién eres hijo?”. Yo, de mi papá.
Y les digo, no hay una sola vez que, en medio de esa felicidad, alguien hable de fulanito, el hijo de mengano. Que está trabajando de Uber y se divorció de la hija de ciclano. El comentario es como una chispa para mí.
De inmediato, los “hijos de papá” se enrolan en una conversación sobre sus conocidos. Ligan historias viejas con nuevas. Desde la escuela hasta el presente. Que si no sé quién dejó a Pedro para irse con Juan, que Lina se puso tetas pero sigue igual de fea, y así sucesivamente.
No les cuento en qué terminan esas conversaciones porque siempre me retiro a los diez minutos de iniciada. Feliz de haberlos visto y esperando la próxima vez para feliz verlos… por un rato. Hasta que prendan la chispa.
Al menos estos hijos de papá amigos míos son hijos de padres que ya están en el inframundo. Hoy Miami está lleno de nuevos hijos de papá, con papás que siguen allá, martirizando a los cautivos de esa isla desdichada.
Y haciendo negocios a costa de su sufrimiento. Pero a esos no los conozco en persona, por suerte.


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