Seguramente usted ha escuchado alguno de esos chistes que inician con un: “Entró un inglés a un bar...”, vamos, que puede ser un francés, un irlandés, un chino o un cubano. Bueno, ayer dos habaneros conversamos sobre un argentino que entró a un país, a Cuba, hace muchos años.
Lamentablemente, no entró a Cuba a poner un restaurante de asados, una carnicería o a hacer chistes. Entró a Cuba a matar cubanos y a destruir riqueza.
El individuo se llamaba Ernesto Guevara, hoy es un mito, pero toda su existencia fue un fracaso. Fracasó en todo, menos en lo de destruir y matar.
De estos fracasos, de la destrucción, no de la matazón, hablamos ayer dos habaneros. ErnestoMiami, un genio, y un servidor, que tiene genio, pero del otro, no del bueno, no del de Ernesto. Tuve la dicha de conversar con él.
Hubiera preferido que fuera de un tema más disfrutable, como cuál cerveza nos gusta más, o qué corte de carne es más suave. No, hablamos de un individuo que fue pieza clave para que los cubanos hoy no puedan hablar de qué cerveza prefieren o cuál corte es más rico. Un tipo que fue pieza clave en convertir un país próspero en un páramo miserable.
Un Ernesto maligno, del que conversé con un Ernesto genial.
No les digo nada más: vayan al canal de ErnestoMiami y vean la conversación, pónganle likes, suscríbanse y, si pueden, abran la cartera y suelten algún pesito, dolarcito o yen, da igual. Ah, y compren mi libro Se acabó la diversión.
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