La penetración cubana en el nuevo México ―no el estado gringo, sino el nuevo estado dictatorial en que terminó la breve democracia mexicana— tiene múltiples facetas.
La influencia que durante décadas tuvo sobre la política mexicana la embajada de la isla del Orador Orate está dando frutos. Muchos frutos.
Solo entre mayo y junio de este año, el Gobierno de México, ahora presidido por Claudia Sheinbaum, envió más de mil millones de dólares a los pedigüeños de la Junta de los Barrigones. Mil millones de dólares serían 117 dólares para cada desdichado que allí sobrevive.
En un mes, más combustible que todo lo que México le mandó a los Barrigones entre junio de 2023 y septiembre de 2024.
Con ese dinero, que estoy seguro de que los Panzas no podrán pagar en su totalidad, el gobierno de la muy izquierdosa señora podría construir en su necesitado país siete hospitales de especialidades del IMSS, como el que se construirá en Morelia en el 2026.
Siete hospitales.
También el gobierno mexicano les paga a los Tripudos ineptos una suma, desconocida por su opacidad, por el trabajo esclavo del personal de salud que trabaja en México haciendo labores igual de opacas.
Y hay otra arista que involucra a militares de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), jóvenes empresarios amigos de los hijos del expresidente Andrés Manuel López Obrador y empresas del conglomerado militar Gaesa, de La Habana.
Entre los caprichos de AMLO estuvo construir un ferrocarril. No entre populosas ciudades o entre puertos saturados de tráfico. No, lo construyó en la selva de Yucatán, sobre milenarios cenotes y entre ahora talados bosques.
El mal planeado proyecto estuvo a cargo de la Sedena, que, imaginemos por orden de quién, otorgó innumerables contratos a las empresas de los amigos de los hijos del entonces presidente.
Se llama corrupción, pero en aquel gobierno el viejito AMLO decretó que ya no había corrupción. Lo mismo hizo con que no había violencia, narcotráfico, robo de combustibles o escasez de medicinas.
Todo esto lo hubo, todo esto creció en su mandato. Igual la corrupción. En los tiempos de los corruptos que, según él, llegó a destronar se hacían licitaciones públicas para casi todas las compras del gobierno, incluyendo las obras de infraestructura.
En los tiempos de AMLO, la mayor parte de las compras se hicieron por asignación directa. Sin transparencia. Capitalismo de cuates.
Y entre esas asignaciones estuvo la del balastro para el mentado tren. El balastro son esas piedras molidas que sirven de soporte a las vías, a los rieles. Los militares le dieron el contrato a un muchacho llamado Amílcar Olán, íntimo amigo de Andy López Beltrán, uno de los hijos de AMLO.
Imaginemos por orden de quién.
Y, como todos los nuevos ricos, el chico no hacía más que hablar y presumir de sus negociazos, todos bajo la égida de Andy. De ese ya les contaré otro día: hipocresía, corrupción y maldad unidos en una mala persona.
Y como en México no todos están sordos y ciegos ante la debacle a la que se dirige ese bello y pujante país, unos periodistas de Latinus grabaron las repetidas peroratas de Amílcar, entre ellas las referidas al balastro.
En una de esas, entre Amílcar y un primo de Andy, el primero alardeaba de que el balastro que vendía al Tren Maya, así se llama el ferrocarril que destrozó miles de kilómetros de selva maya, no cumplía con la calidad requerida.
Presumía de que sobornaba a los militares para que miraran a otro lado en las inspecciones. Incluso llegó a decir:
"Entonces, cada tres mil metros cúbicos, su mochadita, para que den el palomazo de que todo está bien. Ya cuando se descarrile el tren, ya va a ser otro pedo (risas) ".
Y se descarriló.
No por primera vez, es la segunda vez que sucede un accidente. Aunque el gobierno mexicano nunca aceptará la palabra accidente. En eso de manipular el lenguaje han aprendido mucho del Orate y los Tripudos.
En el primer accidente dijeron que el descarrilamiento no fue tal, sino que fue un incidente por "fijación manual inadecuada de tornillos".
El "percance de vía" de hace unos días, según el general a cargo de la empresa, no fue un accidente, fue "una desviación de un vagón del Tren Maya".
Se descarriló.
Ah, ¿y a quién Amílcar Olán le compró el balastro defectuoso? Adivine.
Lo compró a los amigotes de AMLO, a los Panzones a los que México sostiene ahora con combustibles, dinero y apoyo político.
Cuando Cuba era libre exportaba azúcar, ahora la Junta militar que la oprime exporta piedra defectuosa.
Si no nos apuramos en echarlos, llegará el día que nos dejarán sin isla.


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