Ayer leí un rato a Homero, el mejor escritor de la historia de la humanidad. En específico La Odisea. La Ilíada me gusta menos: eso de ir a una guerra por una mujer —Helena de Esparta—, por el ego de un cornudo —Menelao— y la ambición de un rey —Agamenón—, se me hace un ejemplo perfecto de que la estupidez humana viene intrínseca en nuestra existencia desde los inicios de la humanidad.
La Odisea es diferente. Ulises (u Odiseo) era el más astuto de los reyes griegos. Fue el que ideó la trampa del caballo de Troya. Su mujer, Penélope, era la tejedora que destejía.
Y en ese maravilloso texto, Homero narra el regreso de Ulises a su isla Ítaca luego de diez años de estar guerreando en Troya. Una guerra inútil que, además de echar una década de sus vidas, dejó decenas de miles de muertos de ambos lados, incluyendo a héroes como Aquiles y Patroclo.
Guerra inútil también porque las riquezas prometidas por Agamenón, jefe de la expedición, eran igual de reales que las armas de destrucción masiva con las que George W. Bush justificó la invasión a Iraq, o el vaso de leche para cada niño que prometió la china hermana del Orate cuando asumió el desgobierno de nuestra isla cautiva. Pura mentira.
Nada, que Ulises y sus bravos hombres dejaron diez años en Troya, perdieron a muchos de sus compañeros y ahora regresaban a sus casas igual o más jodidos que cuando desembarcaron en aquella playa troyana.
Desilusionados, sobre todo Ulises, que ahora dudaba de los dioses del Olimpo, de todos, incluyendo a Zeus, el mandamás. ¿Para qué servir y obedecer a los dioses inmortales si dejan morir a tantos mortales en una causa inútil?
Perdió la fe, vaya.
No hay nada peor para un tirano caprichoso —que eso era Zeus— que un súbdito pierda la fe en él, que le deje de obedecer, que le pierda el miedo.
Y leyendo esas páginas, ya saben a dónde voy, no pude menos que pensar que ese mismo principio, escrito por Homero hace casi tres mil años, se mantiene vigente al día de hoy.
Zeus, que generalmente mataba a todos los que lo desobedecían, no lo hizo con Ulises gracias a la intervención de Atenea, la menos puta de aquel panteón. No lo mató, pero le puso todo tipo de trabas para que cuando —otra vez después de diez años— llegara a su reino, llegara agradecido y al mismo tiempo temeroso del poder omnipresente del dueño del Olimpo.
¿Les suena?
En nuestra cautiva, el Orador Orate siempre fue implacable con quienes no le temían. Camilo Cienfuegos duró nueve meses a su lado luego de que Cuba le entregara su destino. Lo desapareció. A Huber Matos le metió treinta años de cárcel unos días después.
A los hermanos Sebastián y Gustavo Arcos Bergnes los refundió en otra cárcel solo por proponer el respeto a los derechos humanos. Y eso que Gustavo había acompañado al Orate en su locura de asaltar un cuartel en julio de 1953. Ahora no portaban armas, solo la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
A la cárcel: si no me temes, te mato o te encarcelo.
Y así miles de cubanos que osaron dudar de su pretendido genio y sabiduría, de su poder omnímodo y omnipresente.
Que los cubanos le perdieran el miedo, le perdieran la fe, significaba el derrumbe del castillo de naipes con el que sumió a sus cautivos en la miseria. Él le temía a que se les disipara el temor.
Los panzones de la Junta de los Barrigones también conocen este principio fundamental de cualquier tiranía, sea religiosa o política. Cada vez que uno de sus cautivos se pone de pie y los desafía, lo desaparecen.
Si bien le va, le destruyen su reputación, pero lo regular es que, como el Orate, lo desaparezcan en alguna de sus hediondas prisiones. Así tienen a José Daniel Ferrer, a Félix Navarro, a Maykel (Osorbo) Castillo y a más de mil prisioneros políticos.
Sin atención médica, sin alimentos, sin libertad. Encerrados, incomunicados.
(https://www.prisonersdefenders.org/presos-politicos-en-cuba/)
Así tienen a ocho millones de cautivos, sin atención médica, sin alimentos, sin libertad. Encerrados en la triste isla.
Así seguirán, hasta que, como Ulises, pierdan el miedo. Zeus era poderoso; su venganza sobre el rey de Ítaca duró diez años. Ulises finalmente pudo llegar a su reino, a su casa —vamos, que tampoco encontró allí un remanso de paz, pero esa es otra historia—.
Los cubanos llevamos sesenta y seis años y medio bajo el terror que nos impusieron el Orate y sus bandidos. Ellos, como Zeus, nos han puesto todo tipo de ataduras para que no prosperemos, para que no seamos libres, para que no reclamemos y ejerzamos nuestros derechos.
Tienen miedo a que sus cautivos les pierdan el miedo. Se pintan de valientes y solo son unos cobardes, unos abusadores y unos ineptos.
Los dos mulatos más carismáticos, con más aché, con más poder de convocatoria que ha tenido la disidencia cubana, el castrismo ha
ResponderEliminartratado de desaparecerlos. Estoy hablando de Oscar Elías Biscet, a quien tuve la suerte de conocer y tratar en La Habana (vivía cerca,
en Lawton, y a veces se bajaba de la guaga en la paradera de la Plaza Roja y subía por Carmen, nuestra calle, para ir a la suya, por la calle Porvenir). Lo encerró varios años y a cada rato lo detiene. Biscet era médico. El otro, artista visual, es Luis Manuel Otero Alcántara, no
tuve la dicha de conocerle, pero vivió en nuestra calle, en Romay entre Monte y Zequeira. Y a través de mi hijo Iván García, que es el periodista independiente que más lo ha entrevistado y escrito sobre Luisma, es como si lo hubiera conocido. Hace más de cuatro años le
mandé una mochilita roja con la cruz blanca de la bandera suiza,
con unos regalitos y todavía Iván no se la ha podido entregar: el 11 de julio de 2021 se comunicó por WhatsApp con Iván y le dijo que iba para el Malecón, a sumarse a las protestas. No lo dejaron llegaron llegar. Lo detuvieron y como Maykel y más de mil presos políticos más, muriendo en vida. Luisma era el sol de la nueva generación disidencia, simpático, alegre, ocurrente. Algún día esos hijos de
puta tendrán que pagar por los más de seis décadas reprimiendo, matando de hambre, asfixiando en un manicomio a un pueblo que tiene que acabar de perder el miedo, coger los machetes que dejaron los mambises y empezar a arrancarles las cabezas a esos hp.
Tania Quintero Antúnez, desde Lucerna, Suiza.