Hace unos días, el 22 de julio, se cumplieron cuarenta y ocho años de que al Orate le volaran uno de sus barcos pesqueros en el puerto del Callao, en Lima. Rebosante de subsidios soviéticos, él se había comprado una flota de veintiséis barcos de pesca. Barcos de gran tamaño, con lo último de la tecnología disponible.
Los compró en España, donde todavía mandaba su aliado Francisco Franco. La hermandad entre gallegos supera las diferencias ideológicas. Bueno, también los hermanaba ser dictadores, uno totalitario y el otro de medio pelo. A pesar de lo que digan en el PSOE.
Eran unos barcos muy bonitos. De niño los veía atracados en el Puerto Pesquero, al fondo de la bahía habanera. El Orate se lo confiscó a su dueño en 1960. Incluso me subí en varios de aquellos barcos: mi primo Juan Carlos llegó a ser segundo oficial de cubierta.
Recuerdo haber subido al Río Caonao; todos recibieron nombres de ríos cubanos. Iba a decir que fueron “bautizados”, pero los comunistas no bautizan. Eran de tipo superarrastrero —trawler en inglés—, es decir, tenían en la popa una rampa por la que lanzaban una gran red al océano que era arrastrada por muchas millas, capturando todo tipo de especies marinas.
Eso de la ecología y la pesca sustentable vino después.
Estos barcos con nombres de ríos operaban principalmente en aguas pelágicas del Atlántico Norte y del Pacífico Sur, donde hay buena pesca y fondos que arrasar. La mayor parte del producto lo destinaban a la exportación: al Orate siempre le encantaron los dólares del enemigo, aunque siempre alcanzaba algo para repartir entre los cubanos de la cautiva.
Los que vivimos allí en los setenta recordaremos la merluza y los calamares. Los vendían en unas pescaderías portátiles que estafó en Argentina. Todavía las deben. Ya veremos qué sucede cuando Milei lea este post.
Pues bien, la flota del Pacífico recalaba en el puerto del Callao. El Orate y Velasco Alvarado, el dictador de Perú, habían firmado un convenio pesquero.
El 22 de julio de 1977, estando en ese puerto, el Río Jobabo explotó y se hundió. Curiosamente —y qué bueno— ninguno de sus sesenta tripulantes resultó herido.
Curiosamente, el Orate se quedó callado. Él, que no paraba de hablar. Días después, en el acto que cada año convocaba para celebrar el inicio de su carrera dictatorial —carrera que inició matando cubanos—, no hizo ni una sola alusión al sabotaje.
El 26 de julio echó uno de sus largos discursos. Fue en
Camagüey. Allí les prometió una fábrica textil, una de cerveza y no sé cuántos
hospitales y escuelas. También dijo que tenía 4100 “internacionalistas” civiles
regados por el mundo, que pronto serían 6000. Para que vean que eso de exportar cubanos es una tradición.
Ni una palabra del sabotaje al Río Jobabo.
Él, que nunca desperdiciaba una oportunidad de culpar al imperialismo y a la “mafia anticubana de Miami” de cualquier calamidad que sucediera en sus dominios. ¿Por qué ahora callaba lo sucedido en el Callao?
Más curioso aún es que, menos de tres meses después, el 1 de octubre de 1977, otro artefacto explosivo estalló en el Río Damují, el primero de los barcos de esa serie comprada en España. En el mismo puerto del Callao.
Y él callao sobre lo que pasaba en el Callao.
No digo que no se informara de los sabotajes en su periódico Granma o en el Noticiero Nacional de Televisión. Mi curiosidad es por qué, en ninguno de sus largos discursos, mencionó la agresión.
La embajada norteamericana en Lima mandó un cable —hoy desclasificado— donde reportaba que los autores de las explosiones podrían ser miembros de la Marina peruana, descontentos con el acercamiento del gobierno al bloque soviético, y específicamente a Cuba.
Gobernaba Perú una dictadura llamada Gobierno Revolucionario de la Fuerzas Armadas, encabezado por Francisco Remigio Morales-Bermúdez. Era menos radical que el golpista al que Morales dio un golpe de Estado —Juan Velasco Alvarado—, pero todavía era considerado un “revolucionario” desde La Habana.
En los meses de los atentados, la dictadura de Morales estaba siendo repudiada en las calles y en los cuarteles.
Desde La Habana, el Orate prefirió callar y no denunciar los atentados a sus barcos. Cuidar un aliado en esa coyuntura fue más importante que defender los intereses de su isla cautiva.
Él siempre defendió los suyos primero.
En este post utilicé información aportada por el blog Diario de bitácora.
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