Hay un dicho cubano que dice que no debes ir a bailar a casa del trompo.
Quiere decir que uno no debe pretender saber más en una materia en la que el otro es un experto. En los últimos años, han llegado muchos de mis paisanos a querer bailar en una pista que creen que conocen, pero que desconocen.
En estos días, que ICE finalmente está haciendo su trabajo, las llamadas redes sociales se inundan de gente —generalmente parejas de algún detenido— que salen a pedir ayuda por alguien que ha sido apresado. Que si es bueno, que si es inocente, que si taca-taca...
Luego se entera uno de que el individuo tiene antecedentes penales: salen estafadores, tarjeteros, shop lifters, cuidadores de casas de marihuana, ladrones de computadoras de camiones..., un catauro de delincuencia.
Cuando yo llegué a Estados Unidos, "con el bolsillo tan flaco que de perfil no se ve", mi hermano me dijo que fuera a trabajar con su mejor amigo, que tenía un negocio de distribución de medicinas.
Me explicó más o menos a qué se dedicaba, incluso su amigo vino a Miami —vivía en Los Ángeles—. Era algo así como venta de medicinas de Medicare o Medicaid, no me acuerdo.
Si usted es del sur de la Florida, ya sabe a lo que me refiero.
En la isla cautiva burlé todo lo que pude las estúpidas leyes del Orate. Además, lo hice con gusto, con satisfacción. En el capitalismo todo lo que no está prohibido está permitido; en el socialismo, todo lo que no está autorizado está prohibido.
Y esa fue una de las causas por las que un día, ya harto, decidí poner agua de por medio. Decía Pablo Milanés —quien me caía como una patada hasta que coincidimos en un aeropuerto y conversamos una hora—: "Amo esta isla, soy del Caribe, jamás podré pisar tierra firme, porque me inhibe".
Bueno, yo amo a esa isla, pero su insularidad, sobre todo política, me inhibe.
Salí de la cautiva para vivir bajo leyes, con seguridad jurídica y respeto a la ley. Y me estaban incitando a meterme, apenas llegar, en un negocio ilegal.
No, no lo hice. El amigo de mi hermano no es una mala persona; al contrario, es un tipazo. Pero yo vine a trabajar, en libertad, a romperme el lomo, reconstruir mi vida y dormir sin sobresaltos o preocupaciones legales.
Bastante de eso tuve como cautivo en la isla cautiva.
Así que les doy un consejo —no pedido, pero se los doy—: si llegan a esta tierra de libertad y oportunidades, conviértanse en ciudadanos, en el sentido de disfrutar sus derechos y cumplir sus deberes.
Intégrense. No deja uno de ser cubano integrándose al país que le abrió sus brazos.
El sueño americano es aún posible. No debería llamarse sueño americano, sino humano. Qué ser humano no aspira a lograr una estabilidad material y jurídica. A vivir en paz, en una sociedad en la que, si te integras, el cielo es el límite.
El amigo de mi hermano cayó preso. Cumplió su condena y, sabedor de que un “criminal convicto” nunca podrá obtener la ciudadanía estadounidense, se autodeportó y ahora vive feliz en una playa mexicana.
Eso fue hace treinta años.
No vengan a inventar, que aquí ya todo está inventado.
En casa del trompo no se baila. Y menos con el Trompo que ahora habita la Casa Blanca.
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