jueves, 31 de julio de 2025

Revolución energética, ja, ja, ja

El Orate siempre fue un tipo de muchas ideas. Novedosas, según él, pero todas inútiles y costosas. En Se acabó... expongo algunas de las primeras que puso en práctica. Las llamaban “planes Fidel”; yo les digo las “locuras del Orate”.

Eran planes tan sensatos como desecar la ciénaga de Zapata, un paraíso ecológico irremplazable. Él quería secarla para sembrar arroz, teniendo media isla disponible para lo mismo.

Luego creó la brigada Che Guevara para arrasar con miles de hectáreas de bosques, también para sembrar cultivos. Hasta compró cientos de bulldozers japoneses. En verdad, el nombre de la brigada era el adecuado: Guevara y destrozo son sinónimos.

En el centro del país estaba el bello salto del Hanabanilla, una cascada natural. La desapareció bajo una presa. En esa época decía que cada río, cada arroyo, debía ser represado. En realidad, el plan venía de antes, pero él lo acometió con mucho entusiasmo.

Más adelante introdujo búfalos vietnamitas en la zona sur de Pinar del Río. Luego empezó a criar peces gato en granjas. Cualquier cosa que no fuera criar vacas y pescar pargos para alimentar a sus súbditos.

Ni qué decir cuando se metió a genetista pecuario. Que si la F1 o la F2. De todas sus mezclas de razas, solo le salió una vaca que sirviera: la llamó Ubre Blanca y hasta le hizo una estatua. Los otros millones de ejemplares degeneraron en híbridos inservibles. Ni carne ni leche.

Para alimentarlas y criarlas construyó miles de vaquerías. Hechas en concreto, con cuartones de pastoreo bajo los preceptos técnicos de André Voisin. Los visitantes extranjeros se sorprendían de que se gastara tanto dinero en aquellas construcciones utilitarias.

Podría seguir con más ejemplos: el Cordón de La Habana, el café caturra, el plátano microjet, la moringa, cosas por el estilo. Todo en busca de inventar lo ya inventado, pero en variable socialista. Es decir, más pequeño todo y más escaso.

Tuvo otras ideas tan sensatas como desarmar la mayor parte de los centrales azucareros. Recuerdo uno que le regaló a Venezuela. Eso, en el país que durante más de un siglo fue el primer productor de azúcar del mundo.

Lo hizo justo en el momento en que los precios de este producto subían como nunca en décadas.

Su última idea, antes de retirarse a la piedra donde ahora habitan sus cenizas, fue la “revolución energética”. Así llamó al año 2006. Tenía la costumbre de ponerle nombre a cada año. Yo nací en el “del esfuerzo decisivo”.

Sí, esfuerzo el de mi madre pariéndome.

Dedicó ese 2006 a “revolucionar” la generación de electricidad en su isla cautiva. Perdón, no solo la generación, sino también a perfeccionar su consumo. Para eso él era el mandamás en su isla.

En cuanto a la generación, en vez de ampliar y reparar las siete termoeléctricas del país, compró e instaló casi doscientos “grupos electrógenos”. Unas pequeñas plantas generadoras esparcidas por el territorio.

Al mismo tiempo que generaban electricidad y consumían cantidades considerables de combustible, generaban excesivo ruido y contaminación, alegrando la existencia de sus agradecidos usuarios.

En cuanto al consumo, se metió hasta la cocina en cada hogar cubano. Literal. Metió a “trabajadores sociales” y estudiantes universitarios a las casas, a levantar un censo de los efectos electrodomésticos de sus dominados.

Decidió cambiárselos. Bueno, quitárselos y venderles otros. Made in China, por supuesto.

Ollas de presión y arroceras, hornillas eléctricas —la gente las llamó “reinas”—, ventiladores, televisores, refrigeradores. Hasta los bombillos de las casas, todo lo cambió.

Pasó horas hablando del tema —Orador Orate al fin— explicándoles a sus cautivos cómo usar cada traste que les vendió. Si no me creen, busquen sus discursos de ese año.

El sujeto era un tipo de muchas ideas. Todas inútiles y costosas.

La ciénaga de Zapata sobrevivió, pero ahora está llena de clarias, como llaman los cautivos al pez gato. Clarias que escaparon de las granjas —ya abandonadas— y que ahora devoran a las especies autóctonas, incluyendo a los caimanes.

Los búfalos también escaparon y asolan las llanuras del sur de Pinar del Río.

Las vaquerías yacen en ruinas y las vacas son un mito. Cientos de miles de cubanos no conocen el sabor de un filete de res. Millones tienen que luchar día a día por un vaso de leche para sus hijos.

El café es otro mito inalcanzable, los plátanos no son microjet, ni macro tampoco.

La isla tiene que importar azúcar para endulzar los menjunjes con los que sus cautivos desayunan.

La “revolución energética” de 2006 mantiene a la isla a oscuras en 2025. Los equipos electrodomésticos que obligó a sus cautivos a comprar hoy son cacharros inservibles. Chatarra que, a falta de servicio eléctrico, ha tenido que convertirse en estufas de carbón.

El problema es que tampoco hay carbón.

Los resultados del socialismo: llevar un país de la prosperidad a la edad de piedra en solo sesenta y seis años.


En 1959, los cubanos tenían electricidad. También carne, leche, café, plátanos y azúcar, pero querían un cambio.

En 2025, todo un país, a oscuras, ahora está siempre pendiente de cuándo repararán la caldera de la termoeléctrica Guiteras.

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