Todos hemos escuchado sobre el conocido síndrome de Estocolmo. Ese efecto de dependencia que algunos secuestrados desarrollan hacia el secuestrador. Como sé que me conocen, ya saben por cuál rumbo voy.
Sí, me refiero a la dependencia de algunos cubanos de eso que se llama Cuba. De la isla geográfica, de la nación nacionalizada.
Y pienso en este tema hoy por cuestiones familiares. En mi familia hay varios ejemplos del síndrome escandinavo. Varios ejemplos y varias versiones de este. El trastorno no se manifiesta de manera homogénea, ni con la misma intensidad.
El caso más extremo es el de mis padres, que ya rozan los noventa abriles. Durante décadas me dediqué a cuidarlos desde la distancia. Los pude disfrutar en mi casa y en los muchos viajes en los que fabricamos memorias imborrables en cada milla recorrida, en cada día compartido.
Gracias a Dios y a treinta años de sudor, les ofrecí casa y existencia propias.
Aquí en el exilio tienen a todos sus hijos, nietos y bisnietos. A casi todos sus hermanos, sobrinos y primos. Y no, no pudieron desprenderse de su "Cuba".
Cautivos en la cautiva, entre apagones y mosquitos. En La Habana, aunque el síndrome sea de Estocolmo.
Intenté convencerlos, sin éxito.
Ayer, con mi primo Carlos, supe de una de mis tías, que está aquí con mis otros tíos. Le faltan dos meses para eso que los cubanos llamamos el "año y un día". Significa que, después de ese lapso, ella, con ochenta y siete años, podría disfrutar de seguro, atención médica gratuita y hasta de una pensión mensual.
Dinero de nuestros impuestos ofrecido a alguien que nunca pagó impuestos. Inentendible, pero así es la ley. Bueno, a pesar de estar a dos meses de asegurar su vida, me dice mi primo que ella regresa a los apagones y los mosquitos.
A su Estocolmo tropical.
Intenté convencerla, sin éxito.
Otra variante del síndrome también tiene ejemplares en mi gran familia. Se manifiesta en forma de "mula", ese híbrido entre caballo y burro. Tengo un primo que dedica su vida a viajar en avión entre Miami y La Habana, varias veces por semana. No lleva equipaje: lleva cargas de otras personas y pasa más tiempo allá que acá.
Sabe más de allá que de la vida acá. No sabe lo que es un formulario W-2, pero te puede explicar sin titubear cómo se adapta un motor de Suzuki a un Plymouth del 56.
A este nunca intenté convencerlo. Ni creo que lo haga.
Luego está la variante más tenue pero más extendida. La de los exiliados y emigrados que, a pesar de llevar décadas fuera de la isla cautiva, siguen conectados en palabra, obra y acción a su avatar diario.
Unos de manera activa, otros como espectadores expectantes, pero todos pendientes de esa isla que tuvieron que abandonar.
En esa variante está quien les escribe. Siempre expectante, esperando el día que la vea libre.
Todos somos inconvencibles.
Omar, hay cubanos asi. Por suerte Lucrecia López, que se hizo famosa en las redes sociales cubanas por una foto conmigo caminando por La Habana en 1947, dos mulatas habaneras de familias pobres, ella tenía 25 años yo 5, las dos bien vestidas, sus hijos la sacaron de Cuba y hoy, próxima a cumplir 103 (y yo 83),
ResponderEliminarvive bien atendida en una residencia en Connecticut. De haberse quedado en su apartamento, en el tercer piso, de un edificio en mal estado a un costado de la antigua Escuela Normal de Maestros, ya
hubiera muerto. Siempre leo tus posts y les doy links en mis
Taniapress. Desde Lucerna te mando un fuerte abrazo, TQ
Tania, gracias por leer mis posts. Nunca llegarán al nivel de los tuyos, pero aportamos juntos al rescate de la Nación que se nos va. Gracias por el Te Quiero, ¿o son tus iniciales?
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