jueves, 24 de julio de 2025

El cesarito del Caribe: de abusador a humillado


Les he contado cómo el Orate, desde el mismo 1959 en que se hizo dueño del destino de Cuba, buscó convertirse en una figura mundial. Egocéntrico y narcisista como nadie, utilizó los multimillonarios subsidios con los que la Unión Soviética mantenía su parasitario régimen para meterse en cualquier conflicto internacional que pudiera afectar a Estados Unidos, o crear otros nuevos con el mismo objetivo.

Ya sabemos que en el mundo ser "antimperialista" es sinónimo de ser popular.

Les conté también cómo abusó, con su fuerza aérea —regalada también por los "hermanos soviéticos"—, de países pequeños como República Dominicana y Bahamas.

A principios de los años 1980, el cesarito estaba en su apogeo: tenía tropas cubanas metidas en Etiopía, Mozambique y Angola. En Nicaragua, la guerrilla que tanto apoyó había derribado en 1979 al tirano Somoza, y miles de cubanos —militares, maestros y médicos— invadían el país. En El Salvador, la guerrilla comunista lograba éxitos significativos, también con el apoyo político y material del Orate barbudo.

Le iba bien, la verdad. En ese año se hizo presidente del Movimiento de Países No Alineados, estando él más que alineado con Moscú.

Y en eso, también en 1979, en la pequeña isla caribeña de Granada, un movimiento nacionalista de izquierda dio un golpe de Estado e instauró un Gobierno Popular Revolucionario. Por supuesto, con todo el apoyo del Orate.

En poco tiempo le llenó la islita de cubanos, mayormente constructores, mientras Maurice Bishop, el nuevo primer ministro, se la pasaba viajando entre St. George’s y La Habana.

¿Y qué construían? ¿Hospitales? ¿Escuelas? No: un aeropuerto. ¿No tenía ya la capital granadina un aeropuerto desde antes de su independencia del Reino Unido? Sí, pero su pista no era lo suficientemente larga para recibir aviones militares de carga o bombarderos intercontinentales soviéticos.

En la Casa Blanca ya no vivía Carter, a quien el Orate había humillado mandándole cien mil cubanos en 1980. Ahora estaba Reagan, y la histeria de la Guerra Fría derivaba hacia una caliente. La pista y unos estudiantes. 

El actor de Hollywood justificó su guerrita.

Para empeorarle el panorama al barbudo dictador, la facción marxista del Gobierno de Granada se escabechó a Bishop, cuyo cadáver desapareció hasta nuestros días. Fue el 14 de octubre de 1983; una semana antes había paseado media Cuba de la mano de su mentor, el Orate de verde olivo.

Ante la certeza de una posible intervención norteamericana, el cesarito envió a un joven coronel cubano —negro, para que no resaltara— a organizar a los "constructores", repartiéndoles armas para defender hasta la última gota de sangre el honor de Cuba. En realidad, el honor de él, que nunca tuvo.

Y llegaron los gringos. Se apearon a las 5 a. m. del 25 de octubre de 1983. La 82nd Aerotransportada, los Rangers, los Marines, siete mil americanos y unos trescientos caribeños de la Organización de Estados del Caribe Oriental, de comparsa.

A pesar de la descoordinación de los invasores —que desde Vietnam habían estado trapeando los campamentos en su país—, en pocas horas los setecientos cubanos ya eran prisioneros. Veinticinco de ellos perecieron en las escaramuzas.


No entro en detalles de la operación porque es más entretenido que vean la película El sargento de hierro (Heartbreak Ridge). Les confieso que, aunque llevo más de la mitad de mi vida viviendo fuera de Cuba y despreciando todo lo relacionado con ese Orate, me sentí mal de ver a los chicos de Clint Eastwood matando cubanos en el filme.

A pesar de que Pedro Benigno Tortoló Comas —así se llamaba el coronel cubano— no organizó absolutamente ninguna defensa y el contingente cubano, cargando sus maletas —hay fotos—, quedó prisionero de los jóvenes soldados americanos, los reportes enviados a La Habana decían lo contrario.

Recuerdo que en el noticiero nacional de la televisión —yo tenía catorce años—, el locutor, compungido, informó que el último reducto de cubanos se había inmolado envuelto en la bandera nacional.

¿Reducto? A las pocas semanas, los gringos devolvieron a los prisioneros. Aterrizaron en La Habana en un avión de Cubana de Aviación. Bajaron por la escalerilla cargando maletas y bolsas; hasta un ventilador recuerdo haber visto.

Castro, abajo, esperando a Tortoló: "Misión cumplida, comandante".

El humillado, al tiempo que temeroso de que el envalentonado Reagan le mandara a sus aerotransportados en el camino de regreso, degradó al coronel a soldado raso y lo mandó a otra de sus guerras, en Angola.

Fue humillado y descargó su frustración contra Tortoló, quien cargaría el resto de su vida con el estigma de cobarde. "Si quieres correr veloz, compra tenis Tortoló", se escuchaba en las calles de La Habana.

El mito de invencibilidad que con tanto trabajo había fabricado se esfumó tan veloz como los tenis del coronel. Luego les contaré la locura que planeó para vengarse. Por suerte —para él— no se atrevió a ejecutarla.

Como muchas veces antes y como muchas más después, el Orate, en Granada, usó a sus gobernados como peones en su imaginario, y a la vez real, ajedrez político mundial.

Intentó probar fuerza en contra de Reagan y fue puesto en su lugar de manera humillante.

Veinticinco cubanos murieron por la aventura del cesarito, cincuenta y nueve fueron heridos y seiscientos treinta y ocho hechos prisioneros.


El último reducto, sí…, pero de la deshonra.






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