Mi primo Tony ayer cumplió sesenta años. Lo celebró como siempre, no conozco a nadie que lo haga de manera tan feliz. La familia toda, la abundante comida, la diversidad de bebidas y el griterío simultáneo en el que, increíblemente, todos se entienden. La risa de Tony vale un millón de dólares, verlo reír te alegra el alma.
Tony pudo salir de la isla pavorosa, como le llama a aquel país el escritor Juan Abreu, hace más de veinte años. No lo hizo directamente hacia su destino final, sino que tuvo una estancia temporal, aunque relativamente larga, en Brasil. No crean que en Río o Sao Pablo; en su primer viaje al extranjero, el pinareño cayó en Manaos, en el Amazonas. No hay escritor en el mundo, ni los agraciados con el premio Nobel, que pueda competir con Tony cuando cuenta las historias de su interacción con los monos de aquella comarca.
Ya en Estados Unidos, se tuvo que dedicar a la construcción, que ya venía practicando desde Cuba. Allí había sido maestro de preuniversitario. De Matemáticas, creo. No sé si de los buenos o los regulares. De esa etapa solo recuerdo que, caminando por la capital provincial, pasamos junto a un árbol muy alto, lleno de flores parecidas a orquídeas. De la nada, Tony me dijo: "Muchacho, cómo les gustan a los conejos esas flores". "¿Y cómo se suben a comerlas?", pregunté. "Pa que tú veas", fue su respuesta.
Tony trabaja de sol a sol, así lo ha hecho desde que llegó. En veinte años no sabe decir ni yes, lo cual en el sur de la Florida no es un impedimento. El inglés no le entra ni a martillazos. Como Estados Unidos, a pesar de lo que muchos digan, sigue siendo la tierra de las oportunidades, Tony pronto pudo comprarse un auto nuevo.
Una bien equipada Ford F-150, que, además de cómoda, le sería muy útil para su trabajo. También compró, es un decir, pues solo dio el primer pago, un apartamento frente al mar en un alto edificio en la playa. Hermosa vista tenía mi primo.
Cada noche, cansado, llegaba a su nueva morada. Botas quitadas, camisa tirada y una perenne cerveza fría en su dura mano de albañil. Balcón frente al océano batido por una brisa tropical. La Ford resguardada en el garaje, allá abajo, en el sótano. "Bomberos, qué raro. Nada, no pasa nada ni veo nada, solo muchos bomberos". Otra cerveza.
Tocan a la puerta. "A esta hora, coño". Un bombero le pregunta en inglés: Are you the owner of a white Ford truck? "¿Que dice?". Se repite la escena varias veces hasta que un vecino interviene: "Que si eres el dueño de una Ford". (En realidad dijo "de una Fol"). "Sí, ¿qué pasó?". Come with me. Tony no entendió las palabras, aunque sí el gesto.
Llegando al sótano, mucho humo, mucho, todavía salía de su blanca camioneta, convertida ahora en incensario de iglesia. Sorpresa, por breves instantes. Se retiran los bomberos, regresa Tony a su cerveza, que "mañana será otro día y el carro tiene garantía, además de seguro. Estamos en América".
Sale el sol y allí está Tony, en el distribuidor que le vendió el defectuoso vehículo. Se quemó de pronto, sin razón alguna. No decide aún el color que pedirá para el que de seguro le entregarán como reemplazo. Eso, además de las esperadas disculpas.
"Señor Mesa, le hemos estado enviando cartas desde hace tres meses". "Sí", dice, "las he visto, llegan cada tres o cuatro días". "Y si las recibió, ¿por qué no actuó en consecuencia?". "Las recibí, pero como estaban en inglés, no las abrí". "Llevamos tres meses avisándole que su vehículo tenía un defecto que, en algunas situaciones, puede generar un incendio. Le estuvimos advirtiendo para que lo trajera al taller y así repararlo. Sin costo para usted".
Ayer Tony cumplió sesenta años, lo celebró como siempre. Alegre. Aquel apartamento lo perdió por no pagarlo, ahora tiene una mejor casa y una todavía mejor esposa. Religiosamente, sigue abonando las mensualidades pendientes de la calcinada Ford, aunque ahora maneja una Chevrolet, no blanca, sino roja.
Dios bendiga a América, y a mi primo Tony.
Interesante historia Omar. Tu primo Tony tiene todos los papeles en regla para ser declarado hijo illustre de Pinar del Río. Que cumpla muchos años más
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