La “tea incendiaria” es como se le conoce a la campaña de destrucción que el dominicano Máximo Gómez empleó en Cuba para destruir todo lo que encontraba a su paso durante una parte de la guerra de independencia iniciada en 1895. Una tea es una madera de pino muy resinosa que prende con facilidad.
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Gómez buscaba desmoralizar a los partidarios de España y afectar las propiedades de quienes los apoyaban. Lo hizo, pero también se ganó el rechazo de una buena parte de la sociedad de la época. Ante el rechazo, apagó la tea, pero siguió macheteando a españoles y criollos.
Durante los últimos años, hemos visto cómo la isla cautiva conocida como Cuba se ha ido derrumbando en pedazos, cómo sus ciudades se han llenado de basura y vaciado de agua potable. Cómo sus campos han sido cubiertos por marabú donde antes se cosechaban todo tipo de cultivos.
Pero también hemos visto cómo se ha ido quemando todo. En mayo de 2022 explotó el Hotel Saratoga, uno de los mejores de La Habana. La explosión mató a casi medio centenar de personas. Si ven las imágenes de la destrucción, pensarán que es Gaza, pero no, es La Habana. La Habana que gobiernan estos imbéciles.
Luego, en agosto, se quemó la base de supertanqueros de Matanzas, en un país en el que no hay petróleo. La operación para intentar apagar la conflagración sería de risa si no fuera porque murieron diecisiete personas. Enviados a morir. Sacrificados en la "resistencia creativa". Carne de cañón.
Y así, cada vez más frecuentemente, leemos noticias de incendios y explosiones. Una de las unidades de la termoeléctrica Renté ―que ya es casi familia de tanto que sale en las noticias, cuando escapa del sistema eléctrico― se quemó hace unos días, igual que el hospital Amalia Simoni de Camagüey.
La subestación del pueblo Güira de Melena, también consumida por las llamas; el delfinario de Cienfuegos, incendiado. En las ciudades, las motorinas eléctricas explotan y queman las maltrechas viviendas; la basura acumulada se prende por la descomposición. En los campos, los pocos bosques que quedan son devorados por el fuego, desde Pinar del Río hasta Guantánamo.
Ahora, en la madrugada del sábado pasado, se les quemó la Empresa Pesquera Industrial “La Coloma”, en el sur de Pinar del Río. Allí se procesaba la mayor parte de las langostas que los Barrigones exportan luego de hacerse de sus raciones y las de sus hoteles.
El incendio acabó con todo, incluyendo mil trescientas toneladas del marisco. Marisco prohibido para los cautivos y preferido por los que los oprimen. Se jodieron, al menos por un rato. Ahora comerán camarones. Pobres tripudos sufridos.
Todo se les quema, es una isla en llamas.
No creo que estos incendios sean señales de inconformidad de los cubanos cautivos. Lamentablemente, estas desgracias, esta destrucción, son causadas por la ineptitud y la desidia de los imbéciles de la Junta Militar que desgobierna esa isla.
Anoche les explotó la termoeléctrica de Tallapiedra, la primera que se instaló en Cuba. Eso fue en 1913, y entonces no explotaba, no se incendiaba. Era privada, no “socialista”. Anoche explotó, dejando una vez más a La Habana a oscuras.
Es la tea incendiaria de los Barrigones. Cada día que sigan ahí seguirán destruyendo y será más difícil la reconstrucción.