viernes, 28 de noviembre de 2025

El hambre, el virus y la "cosa"... la "jodienda"

 

Foto: Periódico Cubano
 
 

El miércoles pasado, mientras me ponía al día de lo que sucede en el mundo y en mi sufrida isla, o lo que queda de ella, me topé con uno de esos videos, que mostraba algo inconcebible para un cubano de mi generación.

📺 Si no me quiere leer, véame, pero es peor. → Ver el video aquí

Vi, e imagino que muchos de ustedes también, las imágenes de un cubano muerto. No murió en un accidente de tránsito, o le cayó la casa arriba, o combatiendo en Ucrania, o ahogado al lado de su ripiada balsa. Murió sentado, en la calle, se sentó a descansar y ahí mismo su alma abandonó su demacrado cuerpo.

Del carajo, vean en el párrafo anterior de cuántas maneras han muerto miles de cubanos por causas evitables. Evitables si desde hace sesenta y seis años no nos hubiera caído la plaga totalitaria que hoy ha llevado a sus habitantes a esta insalvable —de seguir el desgobierno que los oprime— catástrofe humanitaria.

Un cubano muerto en la calle, sentado, con los ojos abiertos. Los de mi generación recordamos aquellas historias de miedo que nos decían que en los países capitalistas la gente se caía y moría en las calles mientras que el resto de los transeúntes los ignoraban.

Los millones que pudimos escapar del manicomio totalitario sabemos que era un engaño. Pero también, hasta hace poco, pensábamos que eso nunca sucedería en la Cuba de la “resistencia creativa”.

Cuando piensas que ya han llegado al extremo más bajo de la miseria, nos llega un video como este. Es uno tras otro, tan seguido que ya no debería sorprendernos. Y me sorprenden, me espantan.

Les he dicho hasta el cansancio que los cautivos habitantes de la isla de Cuba están solos, abandonados, desamparados. Les repito y repito que para la Junta Militar de Barrigones que los desgobierna casi que son un estorbo.

Ellos los desprecian, no les importan. Y no lo digo yo, lo dicen ellos mismos. Ya no les repito lo del abandono de millones de personas en el oriente cubano después de la devastación de Melissa. Ahí siguen abandonados, sin ayuda y sin esperanza alguna de reconstruir, o de al menos regresar a la miseria en que vivían antes del ciclón.

Solos, abandonados.

Y les digo, no lo digo yo, lo dicen ellos, los Panzones. No lo dicen con palabras, sino con hechos. ¿Por qué digo esto?

Mientras millones languidecen en oriente y en toda la isla, el Panzón número 1 inauguró la Feria de La Habana, o algo así. La feria de los jineteros Barrigones. Mendigando dólares a lo peor del capital mundial. Al rastrojo.

 

Foto: Cubadebate 

El desprecio hacia sus gobernados es para Díaz-Canel un acto de “resiliencia”, una muestra de esa “resistencia creativa” y toda esa palabrería con la que intenta persuadir a los tontos que asisten a esos actos.

Ellos son como una araña esperando que sus víctimas, como insectos, caigan en su pegajosa red.

Ofrecen garantías a los posibles inversionistas, y en cuanto un tonto invierte, al poco tiempo, o le impiden sacar sus utilidades, o le decomisan el negocito, o simplemente lo meten a la cárcel. Hay ejemplos de cada uno de estos casos.

Mientras mantienen a Cuba miserable, los Barrigones seducen a los tontos para que inviertan sus capitales en ese Estado fallido. El sobrino nieto de Raúl Castro, ahora vicepresidente o algo así, les promete seguridad jurídica y combustibles. Les promete de todo; al cabo, que prometer no cuesta.

Se arrodillan por inversiones, por dólares. Y si se leyó mi libro Se acabó la diversión —si no lo ha hecho, váyase a Amazon y cómprelo— sabrá que antes de 1959, en aquella Cuba de la que el Orador Orate “liberó” a la generación de mis padres, no hacía falta hacer ferias para recibir inversiones.

En aquella Cuba, tan maligna según ellos, el peso cubano tenía el mismo valor que el dólar. No hacían falta dólares, pues había pesos: eran lo mismo. Y también había decenas de miles de empresas, propiedad de cubanos, también de extranjeros, que daban empleo a decenas de miles de cubanos.

Pero el Orate se las confiscó, prometiendo administrarlas mejor. Y arruinó a todo un país. Le cercenó el futuro por más de siete décadas. Antes de que los cubanos le entregaran su destino no hacían falta ferias de La Habana: Cuba recibía inversiones, nacionales y extranjeras, como algo natural, sin necesidad de “resistencia creativa”.

Solo era necesaria la creatividad.

Hoy, estos ineptos Panzones tienen que mendigar lo que antes muchos cubanos tenían, lo que antes a muchos otros cubanos —que aunque no tenían— les era alcanzable con trabajo, disposición y creatividad.

Pero el Orate y su régimen les quitaron esa posibilidad. Les prometieron hacerse cargo de ellos y, como es lógico, fracasaron. Hoy, para sus obesos herederos, esos cubanos no son más que un estorbo.

El que murió sentado no murió sentado en una de esas cómodas sillas de piel blanca en la que se sientan estos inútiles a debatir el próximo plan que, de seguro, fracasará. Este cubano, abandonado, murió sentado en la esquina de una rudimentaria base que sostiene a un rudimentario tanque de asbesto-cemento que sirve como acueducto en la “resistencia creativa”.

Dice quien hizo el video que “se murió, del virus, de la cosa, de la jodienda”. Yo digo que también de hambre, viendo el estado físico de este desdichado.

La “cosa”, la “jodienda”, es eso que llaman Revolución, la que les robó el futuro a los cubanos y les asesina el presente.

Ellos, esos Barrigones ineptos, son la jodienda, y también son la causa de esa hambre, de esos virus, de ese colapso.

Un cubano murió sentado en una céntrica calle de lo que queda de La Habana. Es un símbolo del fracaso. Murió sentado en un tanque de agua que sustituye a un acueducto. Murió sin los dólares que sus gobernantes jinetean en una feria.

Murió vistiendo una sucia camiseta con la imagen de Guevara, el asesino, el fracasado. Un símbolo doloroso, pero perfecto.

Al menos murió tocándose los huevos, como se ve en el video. Es lo que yo hago cuando me cago en la madre de esos Panzones ineptos e inhumanos.

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