No sé si usted recuerda aquella película, Diamantes de sangre, que trata sobre la brutal manera en que se extraen los diamantes en algún lugar de África que ahora no recuerdo. Un filme moralizante, de esos que te quieren dar lecciones, pero que expone todo el horror que se vive en esa industria.
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Se extraen esas gemas a costa del sudor y la sangre de miles de desdichados. Luego, ya pulidas, adornarán las manos y los cuellos de damas aristocráticas, estrellas de cine o reguetoneros. El brillo opaca la sangre.
Siguiendo el estereotipo de la dama y el diamante, probablemente ella vaya acompañada de un caballero o de un señor bien vestido quien, en algún momento, estire su brazo y tome un tabaco, un puro. Y si el diamante y la dama lo merecen, probablemente este puro sea un habano. Hecho en Cuba.
Si algo material ha mantenido su prestigio durante estos sesenta y seis años de plaga totalitaria es el tabaco cubano. El Orate habrá extinguido casi todas las marcas comerciales que producía la vieja Cuba, pero su extremismo topó con su pragmatismo en el caso de las marcas de tabaco y de ron.
Tabaco y ron son dos productos que, a pesar del hundimiento económico, han sobrevivido a la debacle. Sobrevivido es un decir, pues el Havana Club que producen hoy no tiene la calidad del destilado de hace unos diez años. Se lo dice alguien que hace ver a Churchill como un abstemio.
Lo mismo ha sucedido con los tabacos. La hoja, si es bien secada y tratada —pues muchas veces no lo es—, es de excelente calidad. Pero al momento de torcerla, de hacer el puro, los tabaqueros de la isla cautiva generalmente hacen un trabajo chapucero. He visto cajas completas de buenos puros llenas de puros inservibles, infumables. Se los dice alguien que es una virtual chimenea, que hace ver a Churchill como intolerante al humo.
Como los diamantes, el tabaco es un negocio glamoroso. Y coincide que el más famoso del mundo es el que se produce en la isla de los Barrigones. Y estos —a quienes les encanta el glamour tanto como los dólares— organizan periódicos eventos para comercializar sus famosos puros. Recordemos la fascinación del Orate con sus Cohíbas Lanceros.
Y ahora, últimamente, han efectuado dichos eventos en el Capitolio Nacional. Lo que fue la sede de la frágil democracia cubana, lo han convertido en un burdel internacional. Los Panzones y sus vulgares parejas codeándose con la “crema y caca” del mundo.
Un Capitolio iluminado en medio de una ciudad a oscuras. Un Capitolio restaurado —gracias a Dios— en medio de una ciudad en ruinas, por culpa de ellos.
Y todo este glamour tabaquero, como los diamantes, se basa en la explotación y miseria de decenas de miles de vegueros, de cultivadores de tabaco. Campesinos a los que Tabacuba, el monopolio estatal, no les provee ni de los más mínimos apoyos para su siembra, cuidado y cosecha. Pero que, una vez listas las hojas en los secaderos, les ofrece un pago mezquino.
A los más exitosos vegueros, a los que Tabacuba les debe más, tampoco les paga. Al menos no en dinero. No les permiten extraer su efectivo en moneda convertible de sus propias cuentas. Les ofrecieron vehículos nuevos a cambio de su dinero digital, pues no es real.
Seis aceptaron comprar unos Mercedes-Benz medio de lujo, en un país en el que no hay piezas ni para los cacharros soviéticos que, oxidados, circulan entre los baches. Mercedes que consumen gasolina premium, difícil de encontrar en las gasolineras de esos mismos Barrigones.
Otros quince se resignaron a “comprar” unas camionetas chinas de la marca Foton. Negocio redondo para Tabacuba: le gana al tabaco que le venden los productores y le gana a los autos que les vende. Luego dicen que los comunistas no saben hacer negocios.
Y esto es en la parte agrícola. Una vez cosechadas y secadas esas apreciadas hojas, usan a prisioneros para fabricar los puros, los famosos habanos. Prisoners Defenders ha logrado que Habanos S. A. y Tabacuba reconozcan que, como otras empresas de los Barrigones, se benefician del trabajo forzoso de los prisioneros. Esclavitud socialista.
El monopolio de los Panzones, como el antiguo estanco colonial, recaudó 721 millones de dólares en 2023 y 827 millones en 2024. Mientras, esas decenas de miles de humildes vegueros aún sufren las secuelas de varios huracanes, de la falta de combustibles y fertilizantes y del retraso de los miserables pagos que Tabacuba les adeuda.
Tanto que hablaba el Orate de la “justicia social” de su Revolución, que era “de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Acusaba de corruptos a los senadores y representantes que debatían en ese Capitolio en tiempos de la Cuba democrática.
Mal que bien, aquellos políticos, corruptos o no, eran electos en elecciones —unas más limpias que otras—, pero elecciones al fin. La sede de aquella democracia, defectuosa y perfectible, hoy está convertida en burdel de estos jineteros opresores.
Hoy los que se regodean en esos salones, con comida, bebidas, música, puros y electricidad, no son más que una partida de holgazanes ineptos, impuestos como herederos, continuación de ese totalitarismo maligno que tiene cautivos a los cubanos de la isla.
Fuman y beben sobre el sudor y el hambre de esos cautivos. Diamantes no tienen —al menos no muchos—, pero vergüenza tampoco.
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