Los cautivos habitantes de la isla de Cuba sobreviven casi sin electricidad y sin servicios básicos. Es decir, sin agua potable en sus grifos, sin alcantarillado, sin hospitales y clínicas limpias, abastecidas y con personal médico. Así sobreviven, además de sin alimentos suficientes o productos básicos para sostener una vida mínimamente digna.
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Así sobreviven, cortesía de la Junta Militar de Barrigones que los desgobierna.
Arriba de todo eso, a la porción oriental de la isla le espera el ataque no de la flotilla caribeña de Trump —ojalá—, sino de un huracán. No es un huracán de manifestaciones o protestas que los liberen, es un huracán de verdad. De esos con violentas ráfagas de viento, mucha lluvia y las consiguientes inundaciones.
Lo nombraron Melissa y surgió ahí, en las inmediaciones del Caribe, donde está la armada naval de Trump, que tiene a Maduro, Cabello y al resto de los narcos que habitan Miraflores con los baños tapados del producto de su miedo.
El meteoro climático se está cebando de fuerza caribeña y se calcula que pasará sobre Jamaica para entrar derecho hacia la Sierra Maestra, la cadena montañosa más alta de la isla de Cuba. Entre los males, este sería el menor. En esas montañas el Orador Orate desplegó su guerrilla de ficción, y de ellas bajó para destruir aquel próspero país.
Para el huracán, esas montañas significarán lo mismo que significaron para la Cuba próspera: cruzarlas lo debilitará o, Dios quiera, lo disipará.
Mala noticia para el huracán y buena para los cautivos que habitan esa zona. La misma Sierra Maestra que sirvió de germen para la plaga castrocomunista les aliviaría un poco el desastre.
Ahora, si Melissa se va más al oeste, entraría por los llanos de Camagüey y el desastre sería exponencialmente más mortal. Y si se le antojara pasar por La Habana, la dejaría tan en ruinas que Gaza parecería París en comparación.
Apenas llegaban las lluvias asociadas a la tormenta y ya el viernes pasado se les había caído un puente, dejando incomunicado al municipio de Maisí. Lo estaban desde antes: sin agua, sin luz, sin alimentos. Ahora lo están sin puente.
Lo que es un hecho es que a la isla de Cuba, o a una parte de ella, la va a atravesar un ciclón de magnitud considerable. Y hace unas semanas, con solo unas lluvias, las ruinosas ciudades y pueblos de esa isla se convirtieron en Venecias tropicales: ríos de agua sucia y basura flotante.
Imagínense un huracán. Una tras otra, las siete plagas bíblicas. Los Barrigones tienen a los cubanos a oscuras, con hambre, sin agua, rodeados de basura pestilente, con epidemias de virus transmisibles, con hepatitis, con hospitales colapsados, sin hospitales de emergencia, sin ambulancias, sin equipamiento de rescate o de defensa civil.
Se viene otra catástrofe, otra más. Los cautivos, esos cubanos, están abandonados a su suerte. Como primitivos, ellos y la naturaleza. Para el Estado que los subyuga, ellos no son importantes. Los Panzones van a estar cuidando sus hoteles y propiedades, mas no a ellos.
Pasada la tormenta los veremos vestidos de verde olivo, portando sus vientres inflados, hablando tonterías sobre la reconstrucción y el “apoyo al pueblo”. Dirán que no esperen tanto “apoyo” por culpa del “bloqueo asesino”. Lo mismo de siempre, pero con nuevos muertos y nuevos derrumbes.
Conociéndolos, no dude usted de que cataloguen a Melissa como un huracán imperialista. Lo pondrán como parte de la campaña contrarrevolucionaria de Trump y la “mafia de Miami”. Ya ven que Melissa surgió donde Trump tiene a sus barcos llenos de marines.
Al final, dentro de una semana, decenas de miles de cubanos estarán sin casa, incomunicados, sin servicios básicos, inundados, con hambre y enfermos de virus antes desconocidos. Ellos, los Barrigones, estarán en la televisión nacional —que nadie ve porque no hay electricidad—, culpando a cualquier cosa menos a ellos de las desgracias que el “cambio climático” les echó encima.
Ah, también culparán a la malvada Melissa de que las cosechas de malanga, de yuca o de lechuga se perdieran. No se perdieron por la ineficiencia socialista; esa nunca aparece en la televisión. Según ellos, las cosechas imaginarias habrán sido arrebatadas por el malévolo fenómeno.
Hablando mierda, mientras los cubanos nadan y se ahogan en ríos de mierda. “Corregir distorsiones” en la “resistencia creativa”.
Los veremos llorando lástima, los pobres, bloqueados. Mientras, desde Miami, miles de nosotros estaremos mandando medicamentos y comida a los afectados. Mandados en aviones que llevan ayuda, pero que regresan con pasajeros enfermos de esos virus desconocidos.
Los mosquitos de la Florida los esperan para que, luego de chupar su sangre infectada, nos la compartan a los que vivimos aquí. Solidaridad revolucionaria.
Partida de hijos de puta ineptos.
¿Hasta cuándo?


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