Donald Trump anunció la primera etapa de un acuerdo entre Hamás y el Estado de Israel. Es decir, entre una organización terrorista y un Estado democrático. Ya sabemos qué pasará a mediano plazo. O a corto, con estos no se sabe.
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Y sí, estamos muy cerca de que la guerra abierta entre los terroristas de Hamás y el Estado de Israel, que lleva ya dos años, pueda finalizar. Pero, de esta manera, será algo que nunca terminará.
Trump ha puesto todo su empeño: necesita un triunfo. Israel está contra las cuerdas ante el servilismo mundial hacia los extremistas. La prensa mundial solo escucha lo que le informa Hamás desde Gaza. Y los países árabes aliados de Estados Unidos están presionando a los de Hamás. Necesitan que se enfríe el escenario.
Hay consenso en que estamos, probablemente, ante el momento más cercano al fin de la guerra entre Israel y Hamás. Sin embargo, aún quedan varios temas por resolver y aspectos clave que deberán observarse en las próximas horas y días. Dedico estas líneas a señalar algunos de ellos.
Del lado árabe, los jeques petroleros prometen controlar a Hamás si Trump controla a Bibi Netanyahu. Arabia Saudita, Egipto, Qatar, hasta la pantomima llamada Autoridad Nacional Palestina —echados a mierda por Hamás durante muchos años— se han unido a este llamado.
Los terroristas liberarán a los rehenes, a los civiles que secuestraron hace dos años, vivos o muertos. Civiles que, repito, secuestraron hace dos años. Los israelíes tendrán que liberar a palestinos terroristas. Inocentes por terroristas. Del carajo.
Sucede que Hamás, como cualquier conglomerado humano, no es homogéneo. Están los líderes políticos, que viven felices en Doha, y los fanáticos de veras, que controlan las polvorientas calles de Gaza.
Tanto la controlan que, según The Wall Street Journal, durante estos dos años han logrado reclutar a quince mil nuevos fanáticos. Al fin y al cabo, las vírgenes en el cielo de Alá son infinitas.
Trump estará feliz, alardeando de su tratado de paz. Los árabes vestidos de blanco también. Abu Abás, el legal pero inútil mandatario de lo que se conoce como Palestina, lo estará también. Europa, ni digamos.
El resultado de todo esto es que Israel se retirará de Gaza. No limpiará las cloacas, los hospitales, las escuelas ni las calles de los locos fanáticos de Hamás. Ellos, felices, seguirán adoctrinando, entrenando y apertrechando a miles de jóvenes para matar israelíes.
Trump, Greta y toda la gelatina política mundial estarán felices. Los Barrigones de Cuba, y sus trovadores corifeos, se envolverán en los trapos palestinos. Ah, la causa.
Esa paz solo será una pausa de una guerra que no terminará. Como la infección caribeña, la gazatí solo tiene una cura. Desde el río hasta la costa, sin Hamás, allá en las playas del extremo oriental del bello Mediterráneo. En la cautiva, desde Cabo de San Antonio a Maisí, hay que extirpar a esa garrapata barrigona.
Los cánceres, como los quistes, se extirpan, se combaten. Ganas o pierdes. Al día de hoy, estamos perdiendo.
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