domingo, 4 de mayo de 2025

Mi tío Florencio

 

 


Mi tío Florencio residía en la calle Panchito Gómez, en la urbanización de Ayestarán. Calle que, según Cabrera Infante, era la más habanera de La Habana. Casi a su lado, en el número 257, vivía el poeta y dramaturgo Virgilio Piñera, sí, el de Electra Garrigó (1941) y el de “yo no se ustedes, yo tengo miedo, mucho miedo” (1961). 

Mi tío Florencio se apedillaba Gelabert. Venía de una educada familia de artistas y él lo fue también. De Caibarién a La Habana, la vida, el tesón y la suerte lo llevaron. 

Era mulato, alto, bello, recio, noble. De hablar pausado, reflexivo y  siempre con humor. Reía poco, pero era feliz. 

En Panchito Gómez construyó una casa, a su gusto. De un solo piso, moderna, con una amplia terraza que miraba a la calle. Dos entradas, la principal y la accesoria a su oficina. Dos cocinas tenía aquella casa, una para su hermana y su esposo, y otra para él, su esposa Lilia, mi tía, y mis dos primos, Florencito y Miguel Ángel.  

También se construyó un amplio estudio al fondo de su jardín. Remanso de talento era aquello. Olor a cedro, caoba y ébano. Gubias y cinceles con los que convertía en arte la madera. Allí aprendí mucho.

Mi tío Florencio venía de otra Cuba, de la de antes de yo nacer, que tampoco ya es la que allí hoy subsiste. Su último carro fue un Ford Fairlane Ranch Wagon de 1958, comprado un año antes de que Fidel Castro llegara a “liberarnos” de aquel país, hoy extinto. 

Mi tío Florencio dejó en La Habana muchas esculturas, las más bellas en un hotel, que dicen era de mafiosos, pero que hoy sí pertenece a mafiosos. Otra en la terminal de ómnibus y un cangrejo imponente que te recibe en la entrada de su natal Caibarién. 

Mi tío Florencio nunca pudo construirle un parque a su amigo Capablanca. Allí sigue esa esquina abandonada, casi frente a la dramática escultura que regaló Anna Vaughn Hyatt Huntington a La Habana. Cruzando la calle estaba Gemma, el estudio del genial Álvarez Guedes. 

Mi tío Florencio murió en La Habana de 1995, mi tía Lilia años después, no sin antes sufrir la pérdida de sus dos hijos, uno que escapó a la libertad eterna a través del fondo de una botella, otro, que se fue a buscar una libertad a medias en las calles de Nueva York. 

Mi tío Florencio se fue, como se fue aquella Habana, como se fue aquel país. 


Ver más aquí.

 

 

 

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