jueves, 14 de agosto de 2025

El mío se llamaba Rubén

... o era su seudónimo, no recuerdo.

Hace unos días conversaba con una entrañable amiga sobre sus tropiezos con el G-2 y me vino a la mente el recuerdo de Rubén, el tipo del G-2 que nos "atendía".

Para los que no son cubanos, G-2 es como se conoce en la isla cautiva a una sección del Ministerio del Interior que se dedica a vigilar, espiar, amenazar y reprimir no solo a los que disienten de la tiranía que la oprime y exprime, sino también a los que se mantienen neutros o a los que la apoyan.

Y en el G-2 hay desde individuos operativos, tanto en Cuba como en el extranjero, hasta soldados de a pie cuya misión es vigilar e "informar" sobre las actividades y pensamientos de sus paisanos. Estos últimos tenían —o deben seguir teniendo— misiones específicas.

Muchos estaban asignados a un centro de trabajo —que, en mi época de cautivo, eran todos estatales—, a un espacio territorial o a un centro escolar.

Mi primer contacto con uno de aquellos "compañeros que te atienden" o "seguroso" fue colectivo. Era 1988 y apenas estábamos en segundo año de la carrera en la Universidad de La Habana. Un grupo de chicas y chicos fuimos escogidos para participar en una investigación archivística que serviría como base para un libro sobre la esclavitud en la isla.

Hasta ahí nada raro, nada que atrajera la atención del que te "atiende". Sin embargo, había un pequeño detalle que sí los atraía, como la sangre a los tiburones.

Dicha investigación sería en conjunto con un profesor extranjero y sus alumnos, que eran también extranjeros. Todo extranjero en la cautiva era espiado, así como quienes tenían contacto con ellos. No importaba que fueran de los países socialistas "hermanos".

Nuestro caso fue extremo. El profesor y sus estudiantes eran norteamericanos, ¡de Nueva York! ¡El enemigo!

Y nada, llegaron los americanos, empezamos a trabajar en el Archivo Nacional de Cuba y un pequeño grupo de nosotros, los más jodedores, fuimos autorizados —o enviados, no recuerdo— a pernoctar con ellos en el retirado edificio donde los ubicaron.

Esto significaba para nosotros tener acceso a una piscina, a meriendas y comidas variadas y, lo que es más importante, a cerveza y festín multinacional.

Significaba también que se nos asignara un "compañero para atendernos". En este caso no recuerdo su nombre o seudónimo, era un tipo mayor, como yo ahora, creo. Nos indicó que estuviéramos alerta ante la posibilidad de que alguno de los visitantes intentara reclutarnos para servir a la infame CIA imperialista.

Quería también que le entregáramos un "informe" diario de nuestras actividades, incluyendo la postura política de los americanitos.

Por supuesto, nadie nos reclutó para nada, hicimos amigos para toda la vida y pasamos un mes de maravilla. Al paranoico que nos "atendía" lo emborrachamos varias veces. Lástima que no hubiera cámaras digitales en aquellos tiempos.

Pero el tema no quedó ahí. Al parecer hicimos algo bien y el profesor neoyorquino propuso que, en algún momento en el futuro, una parte de nuestro grupo, junto a dos de nuestras profesoras, visitáramos Nueva York para presentar el libro y para contar la experiencia de la convivencia entre chicos de dos países divididos por la tozudez política.

Fue entonces que nos asignaron a Rubén, el que nos iba a "atender". Era un tipo en sus treinta, alto, blanco, calvo, flaco y creo que bigotón. De los que habla seseando y de vez en cuando te suelta un salivazo inesquivable.

Nos daba un cursito de espionaje, en unos salones en el piso superior de la Biblioteca Central de la Universidad. Una monserga inútil, la verdad. Que si cuando estuviéramos en Nueva York se nos iba a acercar la CIA a reclutarnos, que si esto, que si lo otro.

También empleaba tácticas de novela de espías. Te veía sentado en una banca afuera de la facultad y se sentaba a tu lado, con su maletín entre las piernas, y empezaba a hablar tonterías. A mí me llegó a decir que si estaba nervioso porque quizá él me tenía una grabadora dentro del cuadrado portafolios.

Cosas de risa. No tan de risa era que el sentarse con uno de nosotros podría provocar dudas en el resto. Divide y vencerás.

Lo triste fue que no fue Rubén el que dividió. Fue uno de nosotros, el único ser repugnante entre aquellos chicos. Su vida posterior fue la mejor demostración de su carácter. Terminó a los pies y al servicio de Mariela, la también repugnante hija de la hermana del Orate. La hija de Raúl y Vilma.

Tan malo será que hasta ella se hartó y lo echó a la calle.

Habrá dividido, pero no venció.

A Rubén —o como se llamara en realidad— lo manejé como me dio la gana. Vivía en la calle Tulipán y tenía a su padre enfermo. Le "resolví" medicinas y suplementos y le seguí la corriente en sus fantasiosas fantasías. El agentón era inocuo.

Pude continuar haciendo lo que me gustaba.

Gestapo, Stasi, G-2, todos frutos de la paranoia y el miedo con el que sobreviven las dictaduras. Tienen la isla llena de represores improductivos, ahogando a los que sí trabajan y reprimiendo a los que sí quieren ver a una Cuba libre y próspera.

1 comentario:

  1. Hace hoy tres meses, un lector me dejó este comentario en mi blog:
    "Tania, desde que pudo salir, a Suiza creo, la he seguido. Me encanta lo que publica, debería ponerlo en un libro. He hecho mi propio blog. Ojalá pueda visitarlo. Un saludo, la admiro. Omar Sixto".

    En estos tres meses leí su libro Se acabó la diversión y mi hijo y yo le entrevistamos para Diario de Las Américas. Ahora soy yo quien lo admira a él. Gracias por tu amistad, Omar. TQ

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